Voy a intentar sustraerme hoy a la temática general absolutamente dominante no solo en las columnas de opinión o en las conversaciones familiares, sino en una buena parte de todo lo que signifique comunicación. Lógico, porque lo que en estas semanas se dirime es algo urgente e importante, que está afectando globalmente a la Humanidad, y a lo que hay que mirar desde la prudencia, el interés, el respeto, la empatía y la capacidad de proveer de soluciones que nos caracteriza como sociedad organizada. Ese es el tema crucial y trascendental, y lo seguirá siendo mucho tiempo. Pero, al tiempo, hay que ir viviendo, y fascinándonos de lo más pequeño que es, a la vez, lo más grande. Y el artículo de hoy pretende realizar con ustedes tal ejercicio. Pasen y vean...

Es por eso que hoy me saldré un poquito del guión dominante, y les propondré otra historia mucho más sutil, bella y delicada. Porque hoy focalizaré mi atención en la primavera y, más en concreto, en las flores que me rodean, en las fincas, caminos y campos que mi vista acierta a alcanzar desde la atalaya de mi propio cuarto, y que me dejan en cada momento fascinado. Al tiempo, al compartir con ustedes tal pequeño trocito de vida tan concentrada y bonita, quiero hacerles partícipes de ella, sobre todo si moran ustedes en un ámbito muy urbano, quizá en el centro de la ciudad. Porque no cabe duda de que en estos días, al estar cada uno en su casa, se echa más en falta la potencia de la Naturaleza, verdaderamente sublime en fechas como las que estamos.

Pues lo dicho. Veo flores, y muchas, de colores vivos y diversos. No les hablaré ya de imponentes azaleas, rododendros o camelias, por todos lados. Ni de jazmines y glicinias cuya fragancia nos acerca la suave brisa que viene del mar. Hay también todo tipo de vivaces, margaritas por doquier, prímulas y lirios verdaderamente sorprendentes. Se divisan los primeros y tímidos pétalos de los geranios, y las rosas son, en algunos casos, exuberantes. El azahar de naranjos y limoneros, oloroso y salpicado en campos y huertas, se mezcla con los retazos que quedan de la flor de los ciruelos, mientras que los cerezos están en el proceso de alcanzar su máximo esplendor. Además, los manzanos no se quedarán atrás y, al tiempo, algunos perales ya han dejado su manto blanco de pétalos explosivos para dar lugar a futuras frutas. Para más adelante quedará la increíblemente bella buganvilla o las tan abundantes hortensias de nuestra Galicia, todavía en proyecto. Y mucho más, que forma un coro de sensaciones y sentimientos verdaderamente especial.

Les dedico a todos ustedes este cóctel de Naturaleza viva, que nos inunda en este momento complejo, en especial para muchas familias a lo largo y ancho del mundo y en particular en España, más tocadas de cerca por la situación. Porque tal Naturaleza, no lo duden, ejerce un cierto efecto calmante sobre los sentidos y sobre las emociones, y nos sitúa más cerca de la propia esencia de nuestra existencia, como parte de esa misma realidad que es Gaia.

Ojalá nunca olvidemos, por favor, lo que este medio natural tan generoso con nosotros significa, y que sigamos empeñados en cuidarlo, respetarlo y hasta amarlo. Y que se lo sepamos transmitir a los más jóvenes, para que sean los garantes de una forma de vida aún mucho más inclusiva y respetuosa, sencilla y a la vez plena, lejos de la pasividad, la apatía y el hartazgo, de un desarrollismo mal entendido y, al tiempo, del pelotazo, las diferencias extremas y la especulación en todos los ámbitos de la vida. Todo ello daña a las pequeñas y a las grandes criaturas, y también a nosotros. Por eso la mera contemplación de la belleza de las flores, que hoy comparto con ustedes, nos otorga otra perspectiva a la hora de acometer nuestro propio periplo vital. Nos sumerge en una cultura de respeto, casi franciscano, con lo que convive con nosotros. Y a mí, al menos, me da paz. Que no es poco.

Mirando una sencilla margarita, uno se da cuenta de lo bello que es lo más sencillo. Y, quizá, en estos días todos estemos interiorizando más la fragilidad de ese equilibrio necesario e imprescindible, al que no somos extraños ni ajenos. De tal equilibrio depende la preservación de todo cuanto nos rodea, como las flores. Y nosotros, todas y todos, somos otra flor, que merece ser cuidada. Algo que hoy tenemos todos muy, muy presente.