Nunca antes habíamos imaginado la situación en la que estamos ahora en todo el mundo. Y si tenemos salud no somos la parte de la población que peor lo pasa. Debemos permanecer en nuestros domicilios, pero con alimentos y comodidades. Y si salimos afuera no nos bombardean desde el aire, ni hay un francotirador que nos apunte, entre otras muchas tragedias que pasan en una guerra. Pero esta situación comparte la incertidumbre de no saber lo que nos traerá el día siguiente, el miedo y la desconfianza. Nos cambiará nuestra escala de valores. De repente no sirven de nada las fronteras ni las armas convencionales. El enemigo es otro. Puede que la soberbia de nuestras sociedades del primer mundo quede doblegada. Y ya es triste que tenga que venir un virus a darnos lecciones de humildad.