Por mucho que barras, o, aunque la roomba (esos robots aspiradores que se mueven solos por el suelo de una habitación) esté funcionando un buen rato, al día siguiente, cuando piensas que ya esté todo limpio y relimpio en ese lugar, seguro que aparece alguna pelusilla, indicio de que hay que volver a limpiar. No soy nada ducho en labores domésticas, pero traigo este ejemplo ante el incorregible chorreo de noticias que muestran las trampas, chanchullos y fraudes que están sucediendo con ocasión de la pandemia que a todos nos atenaza. Solo un botón como muestra: exportadores holandeses han vendido test chinos defectuosos a España como si fueran precisos y fabricados en Holanda. A río revuelto, ganancia de pescadores, dirá alguien con resignación. Y yo, por seguir el símil inicial habría de concluir que siempre habrá pelusilla -ladrones, embaucadores y pícaros- en el entramado social. Pero prefiero traer a la luz el ejemplo de tantos que abnegadamente y sin trampas se están dejando la salud y los riñones en la atención a los necesitados, enfermos o no, que han de sanar y vivir para vencer al dichoso virus y a los tramposos. El cuerpo social no está podrido del todo, responde. Nos dicen que el virus va a continuar. También la pelusilla. Pues a seguir limpiando.