2 de diciembre ya, amigos y amigas. Les saludo en este día con unas líneas escritas ayer, 1 de diciembre, jornada dedicada internacionalmente a la infección por VIH y a su enfermedad asociada, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, que tantos estragos causó en los 90 en vidas humanas, y que hoy sigue amenazando gravemente a las personas con menos recursos en los países más depauperados, donde el acceso a los más modernos antirretrovirales es, directamente, ciencia ficción. En nuestro entorno, por suerte, hoy es una enfermedad crónica gracias al avance en los tratamientos y a los nuevos abordajes terapéuticos. Pero con esta infección, como con cualquier otra, no hay que bajar la guardia. Ni obrar irresponsablemente. Porque, una vez más —y esto lo sabemos bien también con la actual Covid-19— todos terminamos dependiendo de la salud de todos. Hay que cuidarse, como forma de cuidar a los demás, lo cual vuelve a retroalimentar, fíjense, el cuidado a nosotros mismos. Déjenme que, desde aquí, salude como cada año con afecto a los amigos de CASCO, Comité Anti-Sida de A Coruña, y al resto de organizaciones de todo tipo, sociales y terapéuticas, que atienden específicamente a usuarios con VIH.

En fin, que el año se nos termina, a escasos treinta días ya de lo que debería ser un fin de año que, por las circunstancias que ustedes ya saben, este año tendrá elementos diferentes. O, más concretamente, no los tendrá. Pero miren, yo a lo que aspiro es a poder llegar sin novedad a tal fecha, y pónganle ustedes además, a seguir igual de bien pasada la misma. ¿Les parece un deseo demasiado sencillo? Miren, con lo que estamos viviendo, y teniendo la obligación de trabajar presencialmente a diario en entornos donde convivimos muchas personas, creo que no está mal como aspiración. Y es que no olviden todo el dolor, el sufrimiento y la destrucción que ha supuesto y sigue suponiendo la actual situación, con personas que fallecen todos los días. Sí, definitivamente creo que aspirar a contarlo es un buen punto de partida.

Y, por favor, no me digan ustedes que, de otras patologías, las personas también se van, incluso mucho más. Esto no me vale como argumento porque todo lo demás sigue existiendo, y el incremento en las cifras normales en las estadísticas de mortandad es hoy verdaderamente significativo. Estamos en una época dura, por la pandemia y por las numerosas consecuencias de la misma desde muchos puntos de vista. Ojalá la superemos bien y pronto.

Tampoco me digan ustedes aquello de que lo que tenga que venir, vendrá, o aquello tan determinista de “si está para uno...”. De eso nada. Nada está escrito, amigos, y de cómo nos comportemos y qué actitud tengamos frente a los problemas, cuidándonos más o menos, dependerá buena parte de su resolución. Es bien cierto que, además, es necesario siempre tener una generosa dosis de buena suerte, porque siempre hay quien lo hace todo por el libro pero, por una concatenación de circunstancias, termina tocándole a él... Sí, pero es más habitual que la mayor cantidad de boletos la lleve quien, directamente, pasa de todo. Y, mirando a nuestra sociedad, ya nos damos cuenta de que hay muchos de nuestros conciudadanos en tal tesitura...

Ojalá todo salga bien, y no cometamos los mismos fallos una y otra vez, esperando resultados distintos a partir de las mismas acciones. Eso no suele ocurrir, y constituye uno de los errores más clásicos en la acción humana, en los campos más diversos. No. Mejor aprender y, a partir de ahí, innovar y adaptarse, aprendiendo rápido y desechando los paradigmas obsoletos. No pensemos, por ejemplo, que bajada de casos activos con incremento de la presión hospitalaria es igual a agravamiento de la enfermedad. No. Eso significa, en román paladín, defecto del número de pruebas realizadas y pérdida de la trazabilidad de los contagios. Si los casos activos bajan y nos congratulamos de ello, pero en los hospitales y en las UCI hay más ingresados, excepto el prudencial plazo por aquello de la inercia en el agravamiento del cuadro clínico, entonces es que hay muchos asintomáticos por ahí no detectados, con una elevación de la tasa de transmisión básica de la enfermedad y un peligro inminente, una bomba de relojería. Como les digo siempre, eso no es Medicina. Es modelización de la realidad. Es Física y Matemática. Y eso lo sabe bien el señor conselleiro.

Y, en tal tesitura, ¿se han dado cuenta de que los números se han puesto peor siempre en Galicia a partir de efemérides señaladas en las que una buena cantidad de personas de fuera de la comunidad —que siempre ha tenido, en general, mucho mejor escenario que el conjunto de España— han entrado en ella? Ocurrió cuando el terrible suceso de cierto equipo de fútbol que tuvo un encontronazo —más que un encuentro deportivo— en la ciudad, y también cuando, en determinados puentes en comunidades con gran prevalencia del virus, esto se llenó de personas provenientes de allí. Ni es xenofobia ni es nada, es solamente la constatación de un hecho meridiano y nítido: si llevas personas de un lugar con alta prevalencia de la enfermedad a otro donde la población ha tenido muy poco contacto con el virus, la probabilidad de que este se extienda es alta. Del dicho al hecho, y ya han visto ustedes los resultados, bien registrados en los datos epidemiológicos.

Por todo ello, sorprende que la Xunta siga sopesando si cierra Galicia o no este puente, deshojando su margarita. Tiene que cerrar. Tiene que aislar Galicia, si no quiere recoger los réditos del contagio de quien venga aquí buscando su particular oasis, sin caer en la cuenta de que él mismo también puede ser vector del desastre. Por eso mismo desaconsejé yo en verano venir a Galicia a más de una familia amiga con cuyo concurso hubiera estado yo más que encantado, pero que ni de broma vi cuando no me hicieron caso. No toca. No tocaba entonces y sigue sin tocar ahora. Hemos de esperar. La Ciencia está empezando a esbozar una solución creíble a este desastre que nos ha tocado vivir. Y hemos de adaptarnos a sus tiempos. Hemos de resistir. De cuidarnos. Y no de viajar a la desesperada, tocándolo todo, respirándolo todo e infectándolo todo. Es la única manera de mantener esto en términos medianamente razonables en términos de presión asistencial, capacidad del sistema y pérdida de vidas humanas. No hay otro camino. Hay que cerrar.