Aznar ha vuelto. Tres palabras que todo cronista político ha escrito en los últimos años. Aznar está de vuelta. Se fue a lo de Évole a no dar explicaciones de por qué no da explicaciones y ahora protagoniza actos con motivo del 25 aniversario del triunfo del PP en el 96, ocho años de prosperidad económica, caudillismo, aunamiento de la derecha, mentiras sobre el 11-M y ministros (casi) todos investigados. A Aznar le gustaría cortar la línea histórica y saltar la etapa de Rajoy para conectarla con la de Casado. Ahora clama por un centro derecha unido y no se sabe si le tiene más simpatías a Vox que al PP, un partido al que ve tibio, temblón y mudante de una sede simbólica. Está trabajando en ello. Tal vez con tres comparecencias televisivas más se dope de protagonismo y no vuelva a aparecer hasta el 30 aniversario de aquel 96. La tentación de volver a la política activa es grande. O mejor dicho, mayor. Mayor Oreja se abraza a las tesis de Abascal en entrevista radiofónica y Casado no se casa con el pasado del PP aunque la historia, los hechos y la hemeroteca se resistan a certificar ese divorcio. Nadie sabe dónde está el aznarismo pero ahora sabemos todos dónde está Aznar: en el debate público y en su propia reivindicación. Sus libros de memorias fueron superventas pero nadie parece haberlos leído. En venganza, él nos lee la cartilla. Cada nueva elección es un paso adelante de Vox. Muchos analistas solo ven sin embargo pasos a la derecha, pero Vox ya anuncia por ejemplo que tras las próximas andaluzas entrará en el Gobierno. No es inverosímil que lo hiciera como primer partido de la derecha y no como segundo. La historia pone a cada uno en su sitio pero Aznar no tiene tiempo ni toda la historia. Tiene prisa por colocarse ya donde cree que ha de estar. Si no hiciera abdominales (“llevo años sin comerme una patata frita”) parecería ya el viejo patrón Fraga clamando por la unidad del conservadurismo. Un poco más sí parece que se ríe ahora. Tiene gracia.