Se nos pasó el Jueves Santo, con más penas (contagios) que gloria (sería el final de la epidemia). Pero aún nos quedan por delante otros dos jueves gloriosos —según el decir popular por aquello de “tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de Ascensión”— para que miremos con esperanza el provenir. De momento yo disfruto ya de la primera vacuna, y en un par de semanas me toca la segunda. Pero junto a los remedios humanos, las prevenciones médicas y las medidas profilácticas, hay que poner en acción los medios espirituales que se han manifestado muy eficaces en toda época librándonos de pestes y epidemias. Solo hay que recordar la abundancia de imágenes de san Roque por doquier. Pero no basta con tener las imágenes y las estampas del santo que sea como quien tiene un cromo. Hay que rezar, pedir con confianza, con auténtica fe, con empeño personal que se trasluce en cambios de conducta, en mejora de la vida propia cara a Dios. Qué gran oportunidad tenemos al sacar al Señor Sacramentado en su custodia, en las procesiones del Corpus Christi, por las calles de las ciudades para que vea y oiga y atienda nuestras súplicas.