¡Que no decaiga el ánimo!, amigas y amigos. Que no decaiga la gana de seguir vivos, enfrentándonos al coronavirus y a todo lo que pueda venir. Ya sabemos que la historia personal de cada uno es una lucha contra el tiempo, contra el reloj, y que siempre tiene un final no precisamente feliz, al menos desde el punto de vista de cada individuo y su entorno, y no del conjunto de la Naturaleza. Pero precisamente en encontrar pequeñas y sencillas cotas de tal felicidad en el propio acto de ir caminando hacia ese indefectible desenlace, está para mí la clave para llevar una vida armoniosa y llena de ilusión. ¿O no?

Pequeñas ilusiones… Y es que somos seres que, sensorialmente, apreciamos valores relativos, y nunca absolutos, de forma que podemos modular la sensibilidad de la respuesta a un determinado estímulo. Hagan una prueba. Pongan una mano en un recipiente con agua fría y la otra, a la vez, en otro con agua caliente. Permanezcan así unos segundos y, después, introduzcan las dos a la vez en un tercero con agua templada. A la vez notarán frío y calor. Frío, obviamente, en la mano que había estado en el agua caliente. Y calor, al revés, en la que pasó previamente por agua fría. Sí, notamos sensaciones relativas. Nunca absolutas. Por eso si aspiramos a lo máximo para saciarnos, a cualquier nivel, siempre estaremos insatisfechos. Y, en cambio, lo que sentimos tiene que ver con el nivel previo al que estamos acostumbrados. ¿Qué ocurrirá si nos acostumbramos a disfrutar lo ínfimo, lo lento…? “Poooleee!”, con tranquilidad, como me decían en Tanzania. “Paseniñoooo!”.

Les cuento esto para abrir boca, porque me consta que determinados indicadores de prevalencia de trastornos psicológicos han aumentado, como consecuencia de la pandemia y la situación generada a partir de la misma. Una situación que, entre otras muchas claves, ha llevado a mayores niveles de frustración y ansiedad. Y, ante ello, o uno se reconcome por todo lo que se ha quedado atrás o, en cambio, convierte un problema en una oportunidad y aprende a regocijarse con lo más pequeño. ¿Sabían ustedes que, si van bajando el volumen de un reproductor de música paulatinamente, serán capaces de escucharla casi cuando para otras personas es ya imperceptible? Ese es otro buen ejemplo de que explorar el umbral mínimo, en vez de aspirar a un máximo cada vez mayor, puede ser también muy satisfactorio. La quietud. El equilibrio. La vida lenta. Todo ello está relacionado, y les aseguro que nada tiene que ver con la inacción o el aburrimiento. Todo lo contrario.

Bueno, pues dicho está pero, en realidad yo hoy venía a otra cosa, que también empieza por un “¡Que no decaiga!”. Y, puestas las cosas negras sobre blanco ya en lo tocante a la necesidad de un buen estado de ánimo, lo que pido ahora es que tampoco cese un marco legal claro que permita manejar las cosas lo mejor posible en este contexto de salud adverso o, por lo menos, incierto. Un marco que no deje a la sociedad al pairo, y que dé herramientas para modular respuestas firmes, solventes y orientadas a resultados, por encima de los comportamientos y las veleidades individuales. No seré yo el más indicado para explicar qué tipo de tal herramienta sería la mejor, pero si la disponible y existente hoy es el estado de alarma, pues ya está. Por eso esta otra vertiente del “¡Que no decaiga!”. Que no se extinga este, u otro instrumento similar, porque el riesgo de que el despiporre sea extremo en esta jaula de grillos de lo que unos hacen, otros no hacen y a otros ni les importa, es grande.

Por eso, reitero, “¡Que no decaiga!”. Hay que mantener el tipo. No podemos bajar la guardia. Tenemos que seguir en la trinchera, en un momento especialmente clave para mantener a raya esta amenaza global que nos afecta a todos los individuos de la especie. No es broma y, miren, convirtiendo problemas en oportunidades a lo mejor podemos ensayar modos mejores para animar a una sociedad exhausta y, por lo que se ve, para muchos un tanto carente de sentido.

¡Que no decaiga! Ni el ánimo, por supuesto, ni el marco provisional que ponga a las buenas decisiones por encima de cualquier otra cosa. Ni lo uno ni lo otro.