Hoy haré un artículo sobre un tema al que llevo tiempo dándole vueltas, sin llegar a demasiadas certezas. Supongo que esa es la razón por la que lo comparto con ustedes. Porque miren, si somos más a pensar, seguro que el resultado de tal acción es mucho más interesante, matizado y lleno de argumentos. Les cuento enseguida, después del preceptivo saludo y de reiterarles, como siempre, mi agradecimiento e ilusión porque compartan conmigo estos instantes. Gracias.

Vamos allá. La idea podría esbozarla haciéndome la pregunta retórica de si somos o no una sociedad demasiado tutelada. Y, si es usted de los que afirma que sí, la complementaría con esta otra: ¿y tal tutela excesiva no responde realmente a algo necesario, visto el comportamiento de muchas personas si no se ejerce cierto control sobre ellas?

La cuestión surge en muchos ámbitos. En lo tocante a la pandemia, por supuesto, donde ya ven que hay muchos de nuestros convecinos y convecinas que solamente modulan levemente su actitud si es por la vía de la multa, de lo cual hemos ido hablando ya largo y tendido. Pero también en muchos más campos. El otro día tenía yo una agradable charla con otras personas, en la que el raro parecía yo al explicar que, en mis desplazamientos diarios, conduzco a cincuenta, setenta o noventa kilómetros por hora donde hay una señal que lo indica, ante la carcajada de los otros. Y es que parece que vivamos en un país donde todo es algo así como “barra libre”, y aspectos como el de la prudencia en la carretera muchos parece que lo entiendan únicamente ligado a la posible presencia de un radar. Y digo yo... si hay un ingeniero que ha firmado que un determinado tramo tenga que ser de cincuenta, será porque hay elementos de seguridad viaria, contaminación, ruido u otra cosa que lo ameritan, ¿no? Entiendo que demasiada exageración en la señalización —y somos uno de los países más hiperreglamentados del mundo en todos los ámbitos— pueda a veces hacerse cansina. Pero, ante la duda, mejor pecar de cuidadosos que de criminales en potencia. Y es que, independientemente de quien diga lo contrario, una conducta temeraria e irrespetuosa al volante puede llegar a ser, en algunos casos, un grave peligro para la integridad de terceros. Luego, aún por encima, van y le llaman accidente...

Entonces... ¿por qué muchas personas no se dan cuenta de tal realidad y no se someten a una cierta autorregulación, sin necesidad de que anden vigilándolas? ¿Por qué la Policía tendrá que estar tan atenta este fin de semana, ante la proliferación de conductas peligrosas, inconvenientes o ilegales ante el severo repunte de la COVID-19, precisamente debido a malas prácticas? ¿Por qué tantas personas me hablan de lo que dejan o no hacer, en vez de lo que conviene o no conviene desde una perspectiva del cuidado de la salud pública? ¿Por qué buscamos las prohibiciones como marco de comportamiento, en vez de las buenas actitudes?

Sinceramente, no lo entiendo. Me encantaría vivir en un país como algunos donde los periódicos se cogen libremente, dejando el dinero del pago allí mismo, sin necesidad de vigilancia. Donde todos paguemos nuestros impuestos, sin triquiñuelas, con la convicción de que, así, estamos apostando fuerte por la mejora colectiva. Me gustaría que la seguridad vial no se asumiese por la vía del radar, y lo digo en un día de Operación Salida, con montones de agentes y medios como medio disuasorio y coercitivo frente a conductores que, en muchos casos, tendrían comportamientos peligrosos al volante si no se les controlase así. Y me gustaría que todos analizásemos nuestros comportamientos con visión de largo plazo y una madurez que implicase un mejor desempeño colectivo. Y que tal función vigilante del Estado pudiese ser relajada sin que esto se convirtiese en la jungla.

No sé, ya lo decía Concepción Arenal, en términos de que las escuelas nos ahorrarían un montón de cárceles. Quizá pueda reescribir ahora esa frase, afirmando que las escuelas nos quitarán también muchas necesidades de control y vigilancia. Pero no las escuelas en tanto que competición, obtención de un título y poco más. No. Tenemos que volver a amar el conocimiento. Interesarnos por las inexistentes respuestas a tantas preguntas que todos llevamos dentro. Querer el saber por el saber, sin supeditarlo a aspectos prácticos, como el de la empleabilidad, que siendo tan importantes no lo son todo. Hacen falta otros modos, donde se avance en respeto, que impliquen que cada ser humano es un garante de las buenas actitudes y acciones. Si esto fuese así podríamos invertir menos en controlarnos y vigilarnos, y mucho más en avanzar e ir hacia adelante...

Vuelvo a la pregunta... ¿no sería posible una sociedad menos infantilizada, más responsable y más madura?