Buenos días. Saben ustedes que me importan las personas. Y que, consecuentemente con ello, el título que le pongo hoy al artículo es inusual. Déjenme que me explique, porque razones hay. Allá voy.

El alcoholismo es un problema serio, tanto desde el punto de vista social como para la persona. Quien padece esta enfermedad, lo pasa mal, muy mal. Las personas con alcoholismo merecen todos mis respetos, y en mi desempeño profesional he conocido tanto a personas que luchaban contra tal padecimiento, como a representantes de encomiables organizaciones que prestan apoyo a quien a ellos acude desesperado, y con quien he tenido largas conversaciones más allá de lo netamente correspondiente al desempeño de mis funciones..

La toxicomanía es otro problema de salud. Lejos queda aquella visión del toxicómano que existía hace unas décadas, sin recursos y muy sumido en la marginalidad. No es que no exista tal perfil, claro, pero el mismo se ha ampliado muchísimo. Hoy hay personas que sufren politoxicomanías en todos los estratos sociales, fuertemente dependientes de su dosis de sustancias químicas externas para poder seguir en el día a día. No cabe duda de que se trata de otro padecimiento grave. También he conocido muchos casos y los esfuerzos denodados de organizaciones muy serias —en A Coruña hay buenos ejemplos de ellos— que lidian cada día con esta patología individual y social. Mis respetos también para todas las personas que pasan por tal calvario.

Pero hoy no me refiero, en este artículo, ni a personas en situación de alcoholismo ni a las que padecen algún problema relacionado con toxicomanías o, en general, otras adicciones. Me refiero, como pone el artículo, a borrachos y drogados. Sí, peyorativamente.

Porque, miren, una cosa es un accidente. Y otra, matar casi buscándolo. Y si tú conduces un camión con unos niveles en sangre de drogas como los que parece que presentaba la persona que terminó con la vida de una familia navarra que disfrutaba de su tiempo, les has matado. No ha sido cosa del azar, porque la causalidad —la relación entre la causa y el efecto— tiene las patas cortas. Y si vas al volante de una verdadera máquina de matar —¿saben ustedes la inercia y el momento lineal que tiene un camión?— tú sabes que no puedes consumir sustancias psicotrópicas, bajo ningún concepto. No porque te multen o porque lo diga la DGT en sus campañas. No. Porque, en sí, es un hecho gravísimo, con unas posibles consecuencias —como en este caso— directamente monstruosas. Los titulares de la noticia, que hablan de “un camionero drogado”, lo dicen todo. Execrable. Horroroso. Ahora él está detenido, después de dar positivo en los controles de drogas. ¿Y ellos? ¿Se lo cuento? Ella, muerta en el acto. Su marido, evacuado en helicóptero, pero fallecido al fin. Y los dos hijos, de catorce y dieciséis años, debatiéndose en la UCI entre la vida y la muerte. Sí, por un camionero drogado.

Otros aducen “ir borrachos” para cometer una salvajada, a la que no me referiré explícitamente por sanidad mental, recientemente acaecida en las calles de nuestra ciudad. Una barbaridad. Algo fuera de cualquier mínima lógica. Una animalada, con perdón para los animales. Una atrocidad. Una crueldad. Una monstruosidad. Una bestialidad. Algo irreversible, con consecuencias infinitas. “Iban borrachos”, argumento básico para cualquier cobarde que quiera escaparse, como en el caso de “ir drogado” de las consecuencias de sus actos, merced a la singular interpretación del Código Penal de lo que considera una circunstancia atenuante, cuando en estos casos debería ser agravante. Borrachos, y ya está. ¿Y ya está?

Pues ya ven, borrachos y drogados. Unos y otros. La peor cara de nuestra sociedad, si a este grupo humano desnortado y relacionado por lazos líquidos aún nos atrevemos a llamarle así. Ni alcoholismo ni una toxicomanía que merezcan tratamiento, compasión y amor. Borrachos y drogados, cuando el ejercicio profesional del camionero o las más mínimas normas de convivencia ameritarían todo lo contrario. Borrachos y drogados, en un momento en que se mete por los ojos a los más jóvenes tanto el consumo de alcohol como el de sustancias nocivas para su salud, y en la que parece que eres literalmente un marciano cuando, en el aula, les invitas a pensarse dos veces en qué consiste su ocio, proponiéndoles que dejen de lado la deriva hacia todo ello, y que apuesten por su salud. Borrachos y drogados…

Me ha vuelto a salir un artículo que me deja enfadado, triste y preocupado, incorporando a esta familia tristemente rota a la nómina de personas a las que dedico mi atención. Ella, muy significada además profesionalmente en la lucha contra la COVID-19 en Navarra. Una pena. Una tristeza. Y, al tiempo, una rebelión interior. ¿Por qué no se va a más en el endurecimiento de las penas contra la porquería de “ir borracho” o “ir drogado”? ¡Es que no puede ser! ¿De verdad nos merecemos vivir con individuos así?