28 de julio, queridos y queridas todos. Más de lo mismo. Más burrada sobre burrada, en términos de “fomento de la economía”, “querencia de vacaciones”, “estoy hartito de la mascarilla”... y demás actitudes típicas de la época, y una quinta ola con un pico como la copa de un pino, al que no se le vislumbra todavía el final... Un desastre, en el que la economía, por ejemplo, queda mucho más tocada con tanto ensayo y error que con períodos más estancos, con restricciones más contundentes... Ya ven, una sociedad que iba a ser mejor después de la pandemia y... la indolencia como tarjeta de presentación de un grupo humano roto desde casi todos los puntos de vista. Suma y sigue... Qué les voy a contar... Pero no todo es pandemia en este país o en este mundo, amigos y amigas. Por eso, aunque a veces cueste, hay que seguir desgranando la actualidad, para ponerla a su disposición y contar o no con su anuencia, en un proceso de intercambio en el que aprendemos todos. De eso se trata.

En tal línea, hoy voy a seguir con otro de mis temas recurrentes en estos veinte años, y que no es otro que el devenir de la AP-9, esa infraestructura tan básica en nuestra comunidad, antaño calificada alguna vez como “navallada na terra” y hoy reivindicada por todos, independientemente de lo que hayan hecho para mejorarla o todo lo contrario. Una autopista de peaje a la que deberíamos empezar por cambiarle el nombre. Sí, eso mismo, porque si atendemos a lo que hemos pagado y seguimos pagando por ella, propondré llamarle como reza el título de este artículo: APPPPP-9. Y es que, por pagar, no damos hecho... Tomen nota: desde que otras infraestructuras básicas como la A-1 o parte de la A-7 quedaron liberadas de su concesión y, consecuentemente, en las mismas no se paga peaje, en Galicia tenemos un ratio de kilómetros de pago en infraestructuras absolutamente básicas y sin alternativa viable que no es comparable a la situación de ningún otro territorio en España, donde las compensaciones para usuarios frecuentes llevan años funcionando. Y tal estado de las cosas no es porque la concesión original no haya terminado todavía, sino por las inauditas prórrogas que, por mala gestión y puro cortoplacismo, sucesivos gobiernos de España otorgaron a la empresa a cambio de mejoras que en absoluto compensan tal sangría para la industria, la empresa y los particulares de Galicia.

Así las cosas, ayer mismo el Consejo de Ministros acordaba dedicar casi 2.500 millones de euros a aliviar el peaje que pagamos cada día los que, por ejemplo, necesitamos utilizar esa infraestructura tan básica para ir a trabajar. No está mal, aunque no se ataque a la raíz del problema, creado en su día y hoy de difícil o imposible solución. Pero, al menos, la autopista dejará de ser una barrera infranqueable para muchos de nuestros convecinos. ¿Se dan cuenta ustedes de que su coste es prohibitivo para muchas familias que difícilmente se pueden plantear, por ejemplo, realizar un viaje por carretera entre las dos urbes más importantes de la comunidad autónoma? Recuerden que la autopista no es un lujo, sino una necesidad sin alternativa viable a día de hoy cuyo rol, con sucesivas subidas en cada anualidad durante los últimos años, ha cambiado, pasando de ser vertebradora del territorio a constituir un problema. Y, ante ello, hasta hoy con el silencio por respuesta por parte del Gobierno Central. Un estamento que, por otra parte, siempre se ha ido negando a la transferencia de su titularidad a la comunidad autónoma de Galicia.

Y esto último también es importante, como forma de ejercer un control y tener un interés por lo que pasa en torno a esta infraestructura, más allá del coste de sus peajes. Miren, desde que la autopista fue transferida hace unos años a fondos de inversión absolutamente desligados del territorio, el estado de la misma es deplorable. Capas de rodadura de un espesor pírrico, que se desgastan en pocos meses, con embalsado de grandes charcos de agua a la mínima lluvia en un territorio donde, francamente, que llueva no es tan extraño, o drástica disminución de los empleados de la concesionaria dedicados a mantenimiento y a servicio al usuario. Atrás quedan los tiempos de aquel lustroso aglomerado especial poroso cuidado con mimo durante seis meses al año, que evacuaba cualquier precipitación que se le viniese encima, y que constituía una verdadera fuente de asombro para los foráneos. Ahora, la APPPPP-9 es otra cosa. Ya no quiere dar servicio, porque tampoco le interesa. Es solamente una máquina de hacer dinero para terceros que jamás pasarán por aquí y que, para que no se pongan demasiado pesados los autóctonos, hay que maquillar un poquito de vez en cuando. Nada más. Por eso, que ahora empiecen a hacernos descuentos es bueno. Que los paguemos en realidad entre todos, en vez de haberle desmontado ya hace tiempo el negocio a quien lo explota con avaricia y por culpa de quien no supo tomar las decisiones adecuadas, ya no lo es tanto.

Bien mirado, la APPPPP-9 tampoco se debería llamar así. Mejor, el patatal APPPPP-9, con permiso de las patatas y sin ánimo de ofenderles. Y mirando de reojo a otros patatales próximos como la A-6 que, por lo menos, tienen a día de hoy la excusa de que por lo menos no hay que pagar para circular por ellos. Hoy...