Verdad es una palabra que posee varios significados gramaticales con ciertas diferencias entre ellos. Así, la primera acepción de verdad es “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”. Al conectar la mente y las cosas, y considerar la verdad como la correspondencia entre la realidad y lo que se piensa de ella, estamos ante un concepto subjetivo de verdad. Y ello porque como cada uno de nosotros tiene su mente y se forma en ella un concepto de las cosas, en la medida en que haya conformidad entre ambos parámetros hay verdad y, por consiguiente, tantas verdades como sujetos pesantes.

El segundo significado es “conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa”. Este sentido de “verdad” nos sitúa ante una nueva correspondencia: de un lado, lo expresado y, de otro, lo sentido o pensado. Y alude, a mi modo de ver, a una nueva cualidad subjetiva como es la sinceridad. Quien dice lo que siente o piensa expresa sinceramente su verdad, lo cual no significa que solo por eso sea la verdad. Al ser sincero expresando lo que se siente o se piensa, estamos de nuevo ante un concepto subjetivo de verdad.

Verdad quiere decir, en tercer lugar, “propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna”. Con este significado, la verdad adquiere la condición de la permanencia, la constancia, la estabilidad. Y tiende a objetivarse, a no depender de la mente de cada individuo, sino de lo que resulta de la realidad. Piénsese, por ejemplo, en la verdad de una ley de la física.

Finalmente, el cuarto significado de verdad es “juicio o proposición que no se puede negar racionalmente”. Este sentido dota a la verdad también de una carga de objetividad en la medida en que se considere la razón como el parámetro que más acerca lo propuesto a lo admisible para la generalidad.

Para completar el sentido de la palabra verdad es conveniente referirse a su antónimo que es la mentira, que significa, esencialmente, “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se admite”.

Pues bien, expuesto lo que antecede, me parece conveniente reflexionar cómo nos conducimos en nuestro quehacer ante la verdad, pero no me interesa la actitud individual de cada persona frente a la verdad, sino en cómo se afronta la verdad en determinadas profesiones.

Pienso, por ejemplo, que en el ejercicio de su profesión, el médico busca decididamente la verdad, porque resulta imprescindible para desempeñarse con acierto. Y es que para devolver la salud al enfermo es absolutamente necesario atinar en el diagnóstico. Lo cual le obliga a estudiar con minuciosidad y rigor el estado del paciente, siempre de acuerdo con lo que éste le vaya diciendo sobre sus dolencias, hasta componer con ello el cuadro lo más completo posible con los síntomas confesados. De tal suerte que cuanto más se acerque a la verdad, en mayor medida podrá aplicar el remedio más conveniente. En la profesión médica, no tiene sentido disfrazar o encubrir la verdad, porque el éxito del médico pasa necesariamente por su acierto en descubrir la realidad del estado de los pacientes.

Hay otras tres profesiones, en cambio, en las que se juega más con la verdad sobre todo en sus acepciones subjetivas. Me refiero a la abogacía y a la política. En el ejercicio de la abogacía ante los Tribunales, no es fácil que reluzca la verdad de lo sucedido. Hay, por lo general, cuando menos, dos versiones contrapuestas sobre la realidad de los hechos sometidos a la decisión judicial. Y ambas expuestas con la misma intención de convencer al juzgador, cuya convicción debe formarse a través del resultado de la prueba: el juzgador considerará como realmente sucedido aquello cuya realidad considere demostrada. Lo cual no significa, sin embargo, que se haya alcanzado la verdad. Porque la verdad que se somete a juicio se cubre de tantos velos que no es fácil descubrirla.

Todavía es peor lo que sucede en la política, porque en el ejercicio diario de la actividad política apenas se trata de buscar la verdad de las cosas. Escribió Ortega y Gasset, en el tomo I de El espectador, que la política es la supeditación de la teoría a la utilidad, definiendo la verdad como utilidad. Y añadió: “…hacer de la utilidad la verdad es la definición de la mentira. El imperio de la política es, pues, el imperio de la mentira”.

La explicación no es difícil: la conquista del poder político depende del voto de los ciudadanos y para captar el voto el político tiende a desfigurar la realidad de lo que le perjudica, a exagerar la verdad de lo que le beneficia, y a resaltar, incluso faltando a la verdad, la realidad negativa de su adversario político.

En política, el fin de la conquista del voto justifica los medios empleados a tal efecto, incluidos los más innobles. Y en este estado de cosas, queda muy poco espacio para la verdad. Hasta tal punto es esto cierto que en el campo actual de la política está creciendo como nunca la flor de la mentira, llegando a convertirse la política, como ya anticipó Ortega y Gasset, en el “imperio de la mentira”.

Y aunque es verdad como escribió Cervantes en el Quijote que “la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua” (Capítulo X, Segunda Parte), también lo es que con la ingente cantidad de información que circula a diario por la red cada vez cuesta más reparar si hay aceite sobre agua, por lo que se corre un riego serio de considerar verdad, lo sea o no, todo lo que se dice.