Todo desenlace de la conferencia COP26 que se celebra en Glasgow que no incluya la adopción de medidas concretas de aplicación poco menos que inmediata deberá considerarse decepcionante para luchar contra el cambio climático. La certidumbre de que la degradación del clima, del medio ambiente, avanza a un ritmo y con una intensidad mayores de los previstos no admite demoras ni medias tintas, y mucho menos prestar atención a la demagogia negacionista y otorgarle la misma credibilidad que las conclusiones razonadas de la comunidad científica, que ha advertido reiteradamente de que, salvo actuación perentoria, se pondrá en situación irreversible el futuro del planeta en términos de calidad de vida para las generaciones presentes y futuras.

La emergencia climática es una realidad insoslayable cuya traducción más evidente es la proliferación de catástrofes naturales de todas clases: lluvias torrenciales, incendios devastadores, sequías inacabables, degradación de los sistemas hídricos y contaminación imparable del aire. Para corregir y limitar los efectos de tal situación no hay otra que cambiar el modelo económico y de consumo. Es ineludible descarbonizar los procesos productivos, apostar sin reservas por las fuentes de energía renovables, poner fecha a la reducción tajante del uso de los combustibles fósiles, desescalar la producción de residuos y gestionar con rigor su almacenamiento o destrucción. Es asimismo ineludible ayudar a los países que carecen de recursos para afrontar la transición a la economía verde y establecer programas de actuación en ese sentido. Una transición que debe ir acompañada de ayudas a las empresas obligadas a ese cambio de modelo y de alternativas en los territorios en las que están asentadas a las condenadas a no subsistir.

Quienes se resisten a aceptar el cambio de modelo en nombre del crecimiento económico se desentienden de cuál será la realidad a medio plazo si el aumento de la temperatura media de la Tierra supera los 1,5 grados: de suceder tal cosa, el PIB mundial sufrirá una contracción ruinosa para todo el planeta, incluidos los países más prósperos. Cuando instancias tan poco sospechosas de radicalidad como el Banco Mundial y la Comisión Europea avisan de que hay que actuar sin dilación es que la gravedad del enfermo se agudiza día a día y es preciso intervenir con determinación y prontitud.

No obstante, tales requerimientos son de momento insuficientes para vencer algunas resistencias al cambio. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde varias multinacionales se oponen por razones meramente fiscales a los planes del presidente Joe Biden para sanear el medio ambiente. Por ejemplo, en China, que elude comprometerse de forma inequívoca en la eliminación del carbón en la producción de energía. Por ejemplo, en varias regiones del este de Europa —Polonia, Rusia—, donde la minería del carbón es fundamental en sus economías. Por ejemplo, en países emergentes como la India y Sudáfrica, que reclaman ayuda financiera del norte para darse de alta en el cambio de modelo de desarrollo.

De momento, la cumbre de Glasgow ha dado paso a tímidos acuerdos. Un centenar de países —responsables del 46% de las emisiones globales de metano— se han comprometido a reducir sus niveles de polución de este gas al menos en un 30% antes de 2030. Otro centenar, cuyos territorios albergan más del 85% de los bosques del planeta, lanzaron un plan para frenar y revertir la deforestación antes de que acabe la década. Cuarenta gobiernos, el Ejecutivo de España incluido, han prometido también acelerar el despliegue de “soluciones de cero emisiones” en algunos de los sectores más contaminantes, como la industria del metano, el acero, el sector del transporte, el de la energía y el del hidrógeno.

Sería absurdo no reconocer las dificultades para la resolución del rompecabezas, pero lo único que no debe suceder en Glasgow es que se levante la sesión sin compromisos específicos. La aplicación del Acuerdo de París de 2015 los precisa sin subterfugios y hay que decir que los principales actores de la comunidad internacional, a su vez grandes contaminantes, ya van con retraso a tenor de las dimensiones que ha adquirido la crisis.