Hay que andar con pies de plomo en tiempos de la posverdad, el relato interesado y la comunicación a medida de lo que quiere oír cada uno. Con mucho cuidado, en un momento en el que uno puede incluso ver con sus propios ojos imágenes que nunca se produjeron, merced a las nuevas técnicas de edición de vídeo y de fusión de imagen. Todo ello mete miedo. Mucho miedo. Porque si se usa como herramienta de entretenimiento, o de forma orientada a un buen fin, seguro que es positivo. Pero si, en cambio, se utiliza para alimentar al monstruo de la mentira, de la descontextualización o de arrimar el ascua a la sardina del que más recursos posee, entonces la cosa pinta mal. No somos dueños de nuestra propia imagen y, aún mucho menos, de nuestras palabras...

Miren, no conozco en persona al ministro Garzón. Le he visto alguna salida de tiesto, un proceder a veces poco experimentado, desde mi humilde punto de vista, y también cruzar alguna de esas líneas rojas que se le suponen al que está metido en el aparato del Estado, sea cual sea la fórmula que le sustente y la tensión que tenga, en consecuencia, con el resto del ejecutivo. Pero me parece también un tipo honesto, en el sentido de que saca a la palestra mucho de lo que otros callan, de lo que no se atreven a decir. Porque no olviden que los que están en política, todos, pasan por el aro de defender lo indefendible, afirmar aquello que no sienten y catalogar los asuntos no según dicta su propia conciencia, sino tal y como les viene ordenado desde arriba. En tal contexto, creo que Garzón —como yo— tiene claro que la verdad nos hará libres. Y, de tal guisa, él se comporta y expone sus ideas con relativa libertad. A partir de ahí, se habla y todos tendrán la oportunidad de aportar y aprender, enriqueciendo tal intercambio.

He analizado en detalle su exposición sobre las macrogranjas. Y, consecuentemente, revisado su concatenación de argumentos para avisar de sus peligros. Y, miren, nada nuevo bajo el sol. Diáfano y meridiano, porque es verdad... Eso no quiere decir que uno denoste completamente el sistema, o que ponga en la picota a sus titulares. No. Las macrogranjas intensivas en régimen de estabulación total están ya superadas conceptualmente en el siglo XXI. Y, consecuentemente, hay que terminar de abrir un debate para la transición desde tal modelo de producción, que tuvo sentido en un momento dado, a otro mucho más sostenible desde todos los puntos de vista. Y eso es lo que hace el ministro: intentar profundizar en un debate necesario, sobre un tema que se está revisando en muchos puntos de nuestro rural. Me consta que en Castilla-La Mancha, por poner un ejemplo, este es un tema hoy candente, y que he tenido la oportunidad de conocer un poco más. Allí se ha visto en carne propia las consecuencias, en materia de contaminación, de estas instalaciones. Y se propugna otro modelo de producción, desde instancias municipalistas, asociativas y medioambientalistas. Como en tantos otros lugares.

En Galicia parte de este trabajo lo tenemos hecho ya. Hay explotaciones hoy que respiran de otra manera. Y que proponen modelos mucho más avanzados, en la línea de aprovechamiento de los recursos, eficiencia energética, bienestar de los animales y control de los lixiviados. Todo ello mejora, simplemente, con abogar por una forma más tradicional de cuidar. Y eso, que implica una cierta vuelta a lo extensivo, precisa terreno. O sea, volver a una cierta ordenación del territorio real en el rural, pasando por reconvertir mucho de lo improductivo y abandonado hoy en pasto y tierra más útil. Sugerente, ¿no? Pues sí, porque será un factor clave de éxito, además, en el definitivo control de la plaga de los incendios forestales.

Cuando a algo se le ven las costuras, hay que abrir debate. Y no asesinar, como a Miguel Servet, a quien plantea un paradigma nuevo, desde la base empírica. Tampoco humillar y abochornar, como a Galileo, a quien fundamenta teorías novedosas, que otros ni siquiera quieren escuchar. En este caso se trata de revisar, y hay muchos mimbres para hacerlo, un modelo que presenta graves problemas, reordenándolo en algo mejor y aprendiendo de ello. Nadie tiene que sentirse agraviado a corto plazo, y menos perseguido. Y no tiene tampoco nadie que sacar la artillería pesada ante lo que considera una amenaza.

La ganadería, como todo, ha de supeditar su actividad a los objetivos generales de sostenibilidad y mejora medioambiental. Si no lo hacemos así, profundizaremos en nuestros problemas más inquietantes. Y tal exigencia vemos hoy que implica una vuelta a escalas más razonables —y pequeñas— en el comercio mundial, sobre todo en aquellos insumos que puedan ser producidos más localmente. Además, es necesario replicar modelos más sostenibles, que en el caso agropecuario llevan a la extensividad, que además sabemos que es sinónimo de calidad y mayor generación de valor.

Hagamos las cosas bien alguna vez. Creo sinceramente que, así, ganaríamos todas y todos. Y también, por supuesto, los sectores implicados. Para eso hace falta este debate. Y este es, para mí, el valor de lo planteado por el ministro.