Si hay una cosa de la que presumen los gallegos es de la calidad de los frutos de su tierra. Lo hacen por un sentimiento de orgullo patrio, pero también basándose en argumentos objetivables. Damos fe de ello los nativos y miles de foráneos lo refrendan cada temporada. Los altos valores culinarios y la excelencia de la gastronomía están entre las principales razones para visitar Galicia, ratifican cada año las encuestas. No hacía falta una cita como la primera Mostra de Calidade Alimentaria, recientemente celebrada en Boqueixón con vocación de continuidad, con los quesos y las mieles gallegas como delicatessen, para tomar conciencia de las potencialidades agroalimentarias de la región. Pero sí se necesitaba algo así para continuar elevando cualitativamente la apuesta y atreverse a convertir los productos de este sector desde aquí en una poderosa referencia de ecos universales. Abrir nuevos horizontes para la industria agroalimentaria gallega en su conjunto debe ser una meta crucial importante en la agenda pública.

La creación de un sello de calidad para los productos agroalimentarios excelentes es un paso más en la dirección adecuada. Atraer la curiosidad del mercado nacional e internacional por descubrirlos, probarlos y comprarlos, el camino para hacer crecer una clientela fiel. El nuevo distintivo Galicia Calidade Alimentaria, que englobará los productos con denominación de origen e indicación geográfica protegida, razas autóctonas y la etiqueta PescadeRías, debe servir de revulsivo para la divulgación del buen hacer de la gente del campo y del mar y la venta de sus producciones, en este caso, con un portal digital en el que los alimentos gallegos podrán llegar directamente al consumidor.

En alimentos de calidad, figuramos en el podio de la excelencia con hasta 36 denominaciones de origen e indicaciones geográficas protegidas. Pero existen en cualquier parte muchos productores igual de fantásticos con los que hay que competir constantemente. Esa es la principal lección a tener en cuenta, aun sabiendo de antemano que por su calidad nuestros productos garantizan las delicias de quienes los consumen. La economía global borra los límites. Con loar las glorias del agro gallego no basta. Este es un negocio que atraviesa un momento dulce y requiere de progresos constantes, de afanes imperecederos de perfeccionamiento y espíritu abierto a la innovación sin traicionar las tradiciones. No se trata de traer el mundo a Galicia, sino de que Galicia se abra más al mundo. Con ganas de conquistarlo. El matiz es importante.

Las empresas transformadoras vinculadas al sector agroalimentario, junto con la cadena forestal, generan casi 100.000 empleos y ya suponen cerca del 7% del PIB gallego. Los expertos todavía auguran un buen margen de crecimiento. La Gran Recesión, con el crac del ladrillo, derivó hacia el entorno rural a muchas personas que volvieron al campo o las antiguas labores de sus padres y abuelos para reinventarse. La Gran Reclusión, con la pandemia, ha vuelto cientos de miradas hacia los pueblos para revalorizar la inmensa riqueza de su diversidad y su contribución al equilibrio de una sociedad contemporánea eminentemente urbana. También activó una sensibilidad especial hacia los artículos de consumo próximos. Si las crisis siempre traen consigo oportunidades, esta sirve en bandeja a quienes otorgan valor añadido a las materias primas del agro el momento propicio para el despegue.

En las granjas lácteas, en las queserías, en las bodegas y destilerías, en las fábricas cárnicas y de conservas, en las plantaciones de fabas, patatas, pimientos, grelos o de kiwis, en los restaurantes con estrella que van creando escuela, en los cultivos marinos, muchos jóvenes toman el relevo. Son, además, generaciones más profesionales, menos inmovilistas y proclives a la evolución, mismamente por la necesidad de atraer clientes y distinguir su género de los rivales. Por muchas comarcas en riesgo de vaciarse surgen microempresas enraizadas en el tejido local. Lo infalible para retener población y mantener el paisaje es afianzarlas. A veces ni siquiera precisan de ayudas económicas directas. Basta con que las administraciones laminen la burocracia, tengan el firme propósito de no enredar a los emprendedores con papeleos interminables y acerquen servicios. Cuántas veces los gallegos llevan oyendo que van a contar con acceso inminente a redes informáticas de alta velocidad y cuántas aldeas siguen padeciendo una mísera cobertura.

Toda Galicia es un disfrute para los sentidos. Igual que el turismo verde eclosionó a partir de la pasada década de los 80 por el efecto espejo sobre múltiples particulares de un conjunto de políticas bien alineadas, las producciones agrarias lo harán durante este siglo XXI revolucionario cuando los artesanos y pequeños empresarios cuenten con facilidades que no los condenen a la soledad y les hagan quemar en batallas absurdas energías fundamentales para impulsar su aventura. Hay aquí tantos quesos, vinos, licores, carnes, leche, miel, pimientos… como para satisfacer los más diferentes y exigentes paladares. Una densidad y una diversidad inigualable. De otras exquisiteces cabe decir lo mismo, lo que coloca a la comunidad en condiciones de liderar un movimiento de respetables dimensiones en torno a una actividad lejos de su techo. No se puede concebir el futuro de Galicia sin mantener y crear nuevas industrias. Ni del metal, ni agroalimentarias. Cimentar estrategias para mimarlas es el camino a recorrer.