Supongo que siempre hay algo de íntima satisfacción, no exenta de algo de soberbia, cuando uno enarbola un manido “¡ya os lo había dicho!” ante hechos que, de una u otra forma, había pronosticado ya. Y, cuando eso ocurre, son varias las posibles causas del logro. Quizá una buena selección de las fuentes, quizá una lectura un poco más elaborada de la información dimanada de las mismas, a lo mejor el haber hilvanado bien los elementos de la trama o... un poco de todo. El caso es que sí, que a veces uno acierta y otras se equivoca. Y, cuando se acierta, ese “¿veis como lo decía yo?” implica, a nivel prospectivo, un poquito de triunfo.

La lógica borrosa es un aliado interesante a la hora de, a partir de hechos supuestamente inconexos y desde luego ocultos muchas veces, esbozar teorías que puedan llevar a pronosticar hechos futuros. Consiste, sucintamente, en plantear diferentes escenarios desde lo sabido y, luego, establecer tanto probabilidades de que los mismos se cumplan, como indicadores básicos de la consecución de uno u otro de tales posibles estadíos evolucionados a partir del inicial. Con todo, como la realidad sigue su curso, uno puede ir descartando algunos de esos posibles desarrollos evolutivos y quedarse con otros. O con ninguno de ellos y formulando otros nuevos, si la naturaleza de tal evolución hace saltar todos los indicadores o hitos intermedios y augura que nada de lo pronosticado pueda ser viable.

Hay mucha lógica borrosa de andar por casa, por supuesto, que sirve para diferenciarse en un pronóstico, o para resultar creíble en un contexto en que ello conviene. Piensen ustedes —como ejemplo—que toda la caterva de presuntos adivinos del futuro, en todas sus modalidades, explotan de alguna forma esto, sin saberlo pero con una cierta dosis de intuición que utilizan para engañar al prójimo. A partir de los indicios que muestra —muchas veces de forma exagerada— la persona a quien quieren embaucar, exhibirán pequeños detalles bastante contrastados y, en función de la evolución de la entrevista, arriesgarán más por un lado o por otro. Y, manteniendo un cierto nivel de indefinición, acertarán siempre. O, más exactamente, la víctima estará pensando que aciertan, lo cual es el objetivo, así como el principio de una sangría monetaria que, en demasiadas ocasiones, tiene varios ceros detrás.

Mi pronóstico con el asunto del Partido Popular y su aún actual líder, Pablo Casado, no va por ahí. Va de pronóstico, pero no de fraude deductivo. Y sí de lógica borrosa, aunque ya queden hoy pocos borrones en un guion muy trabajado de antemano. Las espadas están en alto y la suerte está echada. Y, como dijo el otro, quien quiera entender, que entienda, porque en este arrebato de psicopatía y depredación en que se ha convertido en España la política, ya están todas las cartas boca arriba.

En mi artículo del pasado 24 de noviembre les advertí, por última vez, de lo que se avecinaba. Lo había hecho antes ya, y ahí está la hemeroteca para atestiguarlo. Lo de noviembre fue a raíz de la misa que le prepararon al líder, en la que se homenajeaba a Francisco Franco sin que el ínclito lo hubiese sabido —según sus manifestaciones— de antemano. Una sutileza más que hay que sumar a muchas que han ocurrido en los últimos tiempos, guiadas por la mano que mece la cuna. Muchas ha habido y aún habrá más. Pero no hay más cera que la que arde ni más leña que cortar, mientras muchos de los actores van despojándose de sus caretas.

Creo sinceramente que al joven Casado la presidencia del Partido Popular se le quedó grande desde el principio. Pero también pienso que, con semejantes amigos, que prefirieron tal liderazgo cojo que otras posibilidades más consistentes, mejor tener enemigos. Y la causa, como siempre, demasiados candidatos —tapados o no— para una industria que, a pesar de ser abundante y exagerada en España, no da para tanto. Algo que propició un clima de guerra desde el minuto uno. Pero no de guerra abierta, como la que se lleva a cabo contra la oposición, sino guerra sucia, sutil y de guante supuestamente blanco. Aunque esté absolutamente tiznado de hollín.

La pena es que el Partido Popular, una vez más, hace así dejación de su posibilidad de ser un partido político moderno y capaz, dejándole campo abierto a opciones que hoy por hoy pueden ser mucho más inquietantes, por rancias y por negar sistemáticamente derechos y avances sociales, individuales y colectivos. Un PP débil, destruido y desnortado, no le conviene a la democracia, porque sociológicamente existe su nicho ideológico, y es bueno que se le dé cabida desde la cordura y desde la institucionalidad. Pero eso es lo que hay hoy, después del Juego de Tronos que se está librando ya a pasos agigantados, y que lleva gestándose mucho tiempo.

En fin... que ellos lo disfruten. Eternas partidas de ajedrez que no conducen a mucho más que a tertulias infinitas y a artículos prescindibles, como este. Y, mientras, mucho más desprestigio para la actividad política, sumida en el tacticismo y víctima de la intrahistoria, que creo que no puede caer ya más bajo en términos de desafección y hartazgo.