El último libro de Martin Amis, Desde dentro, es rico y poliédrico, un collage de tiempo, intimidad y literatura donde caben muchas reflexiones acerca de casi todo. Una de ellas, menor y traída a sus páginas como de pasada, expresa una conjetura acerca del hipotético sexo de los países, y dice: “Desde un punto de vista histórico, los países son hombres; siempre se han comportado como hombres”. Por algún motivo, esta idea de apariencia insustancial o, en todo caso, ocurrente sin más, se me quedó grabada y no se me iba de la cabeza. La connotación, aunque certera, es muy negativa para los de mi sexo.

Si algo ha caracterizado históricamente a los países es su violencia. Y, precisamente, ha sido en el último cuarto del siglo XX y en lo que llevamos del XXI (tiempos de emancipación para las mujeres en muchos países occidentales donde al fin, y no completamente, han conseguido ganar no solo libertad y derechos iguales a los de los hombres, sino presencia en instituciones y en puestos de toma de decisiones) cuando esa inveterada violencia estatal parecía haber empezado a atenuarse.

Tanto es así, que mi generación, esa que acaricia ya el medio siglo de existencia (cómo ha sonado esto), nunca se hubiese imaginado (y creo que a pesar de lo que está ocurriendo ahora mismo en Ucrania, continúa sin imaginarlo) que podría llegar a vivir una guerra como la que padecieron nuestros abuelos y antes tantas otras generaciones. El progreso parecía estar ligado a la inteligencia, la cultura, la educación, el conocimiento científico y técnico y la libertad, facultades todas ellas que necesariamente habrían de desembocar en el entendimiento común y la fraternidad y, por lo tanto, en una existencia pacífica.

Dicho así, para algunos debe de resultar esta una mentalidad de lo más ingenua. No lo niego, pero defiendo de corazón esta forma de ingenuidad. Aunque quizá haya algo que reprocharle y reprocharnos: la despreocupación con la que hemos vivido en nuestra privilegiada burbuja mientras a nuestro alrededor seguían vigentes, e incluso proliferaban, actitudes y formas de actuar propias de aquella execrable masculinidad atávica, violenta y atrasada.

¿Podemos esperar que no se desencadenen asesinatos en masa, como ocurre ahora en Ucrania (o en tantos otros lugares del planeta), cuando el gasto armamentístico mundial representa más del 2% del PIB, cuando el pensamiento mágico del nacionalismo continúa siendo explotado como acicate electoral por políticos ineptos e irresponsables, cuando la educación humanística se deja de lado en favor de las exigencias de los mercados?

También se comportan como hombres los mercados, y más cerca de nuestra mundana existencia: los machos Consejos de Administración de la mayoría de las empresas, los machos de Vox y de otras ideologías afines y recalcitrantes, los machos al volante, los machos llamados “ultras” del macho mundo del fútbol, los machos que asesinan y maltratan a mujeres, los machos que se pelean como perros callejeros a las puertas de las discotecas cada noche de fin de semana… Ahora, Alemania se dispone a invertir 100.000 millones de euros en reforzar su ejército, ¡menuda machada! Y media Europa irá detrás. Tiene razón Amis, los países se comportan como hombres, y da asco.

*Fernando Ontañón es escritor