La Opinión de A Coruña

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Luis Carlos de la Peña

John Elliott o la claridad

Al encarar la última década del pasado siglo, un grupo de amigos nos reuníamos en el Tío Gallo, un café del ensanche compostelano convertido en bullicioso epicentro político del país de entonces. En aquellas noches de cordial y entusiasta divagación, los interrogantes sobre el pasado desplazaban paulatinamente el tiempo dedicado al repaso de la actualidad. A medida que extraíamos nuevos hallazgos, estos iluminaban inesperados enfoques sobre los acontecimientos del presente, a veces para relativizarlos y, en ocasiones, revelando su insospechada trascendencia. La historia, por añadidura, nos permitía reinterpretar los relatos anteriores, hechos unos de artificiosas glorificaciones y otros de aceptación culposa de todas las leyendas negras. Descubríamos, en definitiva, la medida de la pura ignorancia sobre el propio pasado.

En esta circunstancia de demanda apenas atendida, llega la publicación en 1990 de la definitiva obra de John H. Elliott sobre la figura de Gaspar de Guzmán, el Conde-Duque de Olivares (1587-1645). Su aparición cambió nuestro modo de aproximarnos a la historia de España. Leíamos un relato de la historia no necesariamente complaciente, pero con el que era posible reconciliarse. La luz se abría paso entre tinieblas. Se conocía la obra de Gregorio Marañón sobre el gran valido de Felipe IV, pero lo que convertía en canónico el trabajo del catedrático en King’s College, Princeton y Oxford era la embriagadora capacidad para mezclar el rigor de las informaciones con sus plausibles interpretaciones y la luminosa claridad de su estilo, una característica extensible a la tradición anglosajona, no solo historiográfica.

La implacable y tersa escritura de Elliott nos adiestraba en la siempre insatisfactoria toma de decisiones políticas; el problemático emparejamiento de los objetivos del largo plazo con los sacrificios inmediatos; el enquistamiento de los problemas en el tiempo o la desesperanzada conciencia de las capacidades menguantes. Una visión caleidoscópica que se expresa con igual precisión y potencia en Olivares que en el correlato de Richelieu; en los imperios atlánticos y en las colecciones del Buen Retiro —junto a Jonathan Brown— o en La rebelión de los catalanes (1598-1640), esa obra que parece pautar todos los errores del presente.

El fallecimiento de John Elliott restituye la memoria de sus méritos: nos permitió reapropiarnos de nuestra historia, sin apriorismos, desde el rigor y la claridad, esa fundamental premisa de cortesía con el lector.

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