La Opinión de A Coruña

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José Luis Quintela

Shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Triste comunicación...

¿Qué tal están? Apurando los últimos días de abril aquí seguimos, sin dejar de sorprendernos por algunas de las cosas que se cuentan en estos tiempos. Y, entre ellas, bastantes relativas a la COVID-19, enfermedad causada por el patógeno SARS-CoV-2, que hace más de dos años que ha irrumpido de forma contundente en nuestras vidas. Una realidad que hoy abordaré, si les parece, desde la perspectiva de la comunicación. De una triste comunicación, si me dejan decirlo así. Porque leyendo algunos de los titulares que genera la evolución actual de la pandemia, esa sorpresa no deja de ser creciente, acompañada de un amargo sentimiento provocado por el claro sesgo de titulares que no son fieles a la situación real. Les pongo algunos ejemplos, para que ustedes mismos los juzguen. Porque yo, después de tanto tiempo... sigo sin entender algunas actitudes comunicativas.

Me meto ya, sin anestesia. Fíjense, les pongo dos muy claros, ejemplo de muchos otros. Alguien escribe “la retirada de las mascarillas en Galicia coincide con un repunte de la COVID-19”. No creo que sea razonable plantearlo así. La causalidad, absolutamente opuesta a la casualidad, establece una relación entre dos elementos consecutivos, el primero de los cuales es denominado “causa”, que lleva a una posterior “consecuencia”. Y el referido repunte en la enfermedad no es algo fortuito o fruto del azar, sino que tal retirada de mascarillas es —obviamente— un factor clave en el repunte de COVID-19 que vivimos, y que seguiremos viviendo. No se pueden hacer las cosas de la misma manera, y esperar en cambio resultados diferentes. Si se retiran las mascarillas en interiores, sobre todo si estos están deficientemente ventilados, la consecuencia está servida. Y ella es un repunte de los contagios, nos guste más o nos guste menos. ¿O no?

Pero hay más. Otro titular que me ha sorprendido estos días reza “médicos de Galicia avisan de un aumento en la incidencia de la COVID en mayores de sesenta años”. Esto tampoco tiene demasiado sentido. Es verdad que los médicos constatan tal incremento, pero fíjense que en realidad solamente se están contabilizando ahora de forma más o menos sistemática los contagios en tal tramo de edad. Con todo, claro que aumenta la incidencia en tales franjas, pero esto es mucho más: el reflejo de un fuerte incremento en todos los segmentos de edad. Y, en realidad, médicos de Galicia avisan —a partir de su actividad clínica, lo que les proporciona una excelente atalaya para ello— de un repunte de la pandemia sin paliativos, ante la mirada hacia otro lado de estamentos políticos y, muy en particular, del Ministerio de Sanidad. Precisamente hace un par de días hablaba con médicos fuertemente comprometidos con la atención primaria, y critican claramente la kafkiana situación a la que nos ha ido llevando la deriva de la normativa. Y, mientras, la pandemia avanza sin control, provocando daños nimios o inexistentes al 81 por ciento de los contagiados y... enfermedad mucho más grave en otro 19%, con un continuo incremento de hospitalización, enfermos críticos y... muerte.

¿Quieren más titulares perniciosos? Pues todos aquellos que nos muestran la pandemia como algo pasado, y de esos hay unos cuantos. Algunos son cosecha de determinados medios o de comunicadores en otros formatos. Pero otros dimanan directamente de los gabinetes de prensa de los responsables políticos, incluyendo el desafortunado “día de las sonrisas” —el de la prematura retirada de la mascarilla en interior— de una portavoz gubernamental para la que el papel parece aguantarlo todo. Las sonrisas no son tales para muchas personas que siguen sufriendo, o para las personas cuya situación clínica dista mucho de la tranquilidad, o para muchas de las que enfermen en un futuro a corto plazo. La pandemia sigue haciendo daño y seguimos expuestos a posibles nuevas variantes fruto de la recombinación, al haber un alto grado de transmisión de la misma. Y todo ello viviendo en una sociedad que es, sobre todo, profundamente insolidaria. Porque hoy muchas personas han pasado página, bien por haber sufrido la enfermedad sin mayor problema, o porque ya todo les da igual. Y no se dan cuenta de que siguen siendo potenciales vectores de una enfermedad que daña, que a determinadas personas se lo hace pasar muy mal, y que todos tenemos la capacidad de contagiar.

Alguien, en un despacho, ha decidido que se terminaron los paños calientes. Que nos contagiemos todos y todas y que, a partir de ahí, sea la Naturaleza la que decida quién se queda y quién se va. La jungla. Y eso no me parece ni ético ni propio de una sociedad evolucionada. Alguien ha tirado la toalla y ha dejado huérfano a todo aquel que quiera continuar cuidando y protegiendo. Y, consecuentemente, aboga por la retirada de cualquier medio profiláctico para luchar contra el virus, incluida la mascarilla, que ha demostrado su eficacia cuando es de calidad y se usa correctamente. Tal realidad es edulcorada por titulares poco afortunados, triste comunicación que lastima al entendimiento humano, y que se corresponden con una sociedad instalada en la molicie, en la decrepitud ética de un individualismo salvaje y en la falta de disciplina personal y colectiva. Una sociedad abocada al fracaso, y que sigue sumando historias de vidas truncadas por la falta de las más mínimas normas individuales para la prevención del contagio.

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