El pasado 22 de abril se celebró el Día de la Tierra, instituido en muchos países desde 1969 como evento inicialmente universitario para sensibilizar sobre las amenazas ambientales. En aquel momento, algunos retos ecológicos como la superpoblación, la polución del agua y el aire, las perspectivas entonces lejanas de agotamiento de recursos naturales o la extinción de la vida salvaje centraban las preocupaciones de aquel incipiente movimiento ambiental. Otras jornadas se crearon en esta misma fase inicial del ecologismo, como el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), aprobado por la Organización de las Naciones Unidas en 1972.

Y más tarde el Día Mundial de la Naturaleza, instaurado en 2013 también por la ONU, enfocado más directamente en las amenazas sobre la fauna y la flora pero sobre el que ya pesaba una nueva preocupación global por el calentamiento de la Tierra. No se puede decir que los avisos para actuar no hayan llegado, reiteradamente, en las últimas cinco décadas, sin que la humanidad haya empezado a reaccionar hasta que las consecuencias del deterioro ambiental ya son demasiado evidentes. Y quién sabe si demasiado tarde para evitar que las consecuencias ya inevitables se contengan dentro del rango de lo tolerable.

La suma de amenazas que se ciernen sobre nuestro planeta son de tal magnitud que ninguno de los aspectos particulares que se nos presentan bastan para abarcarlas: incluso los conceptos de calentamiento global o cambio climático se quedan pequeños ante la realidad de la extensión de una emergencia ambiental en la que emisiones de gases, un modelo agropecuario intensivo, la contaminación urbana, el horizonte del agotamiento de materias primas de la más diversa índole, el esquilmamiento de los ecosistemas o el surgimiento de pandemias se realimentan entre sí, sin que nada sea ajeno a nada. De hecho, en el análisis más completo realizado hasta la fecha, publicado esta semana en la revista Nature, un equipo internacional de científicos advierte de que las migraciones de miles de especies de animales impulsadas por el calentamiento global podrían provocar al menos 1.500 intercambios de virus entre animales y humanos en tan solo 50 años. Y esto, a su vez, podría convertirse en el caldo de cultivo perfecto para que surjan nuevas pandemias.

Las predicciones en el medio plazo apuntan en el caso de Galicia hasta 24 días de lluvia menos que ahora. Su comportamiento será motivo de preocupación: se volverán más torrenciales, con episodios de precipitaciones muy fuertes seguidos de largos periodos de mayor sequía. Las plagas forestales serán mucho más agresivas.

El calentamiento de las aguas tendrá efectos dañinos en la pesca y el marisqueo. Sostiene el Ministerio de Transición Ecológica en sus planes de ordenación del espacio marítimo que hacia mediados de siglo se podrán dar subidas máximas del nivel del mar de entre 14 y 17 centímetros, mientras que a finales de la centuria la subida escalará entre 37 y 47 centímetros. Unas ochenta playas gallegas verán retroceder sus arenales y el proceso será más acentuado en 58 concellos donde la anchura de las playas sufrirá una reducción mucho más severa.

Hace ya tiempo que no es necesaria (o no debería serlo) la celebración de jornadas internacionales para hacer consciente a la población (y con ello, a las instituciones internacionales, empresas y gobiernos) de la realidad a la que nos enfrentamos.

Cada cumbre climática, cada informe del Panel Internacional del Cambio Climático, cada trabajo científico y cada observación de lo que sucede en nuestro entorno inmediato nos está explicando lo que le sucede al planeta. La última radiografía del clima en Europa durante 2021, elaborada por el programa Copernicus, nos habla del aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, con el verano más cálido del que se tienen registros, récords en puntos que nunca habían alcanzado los 47º C o 48º C, sequías, olas de incendios forestales, aumento de la temperatura del mar, tormentas e inundaciones en pleno verano, repunte de la emisión de gases tras el freno por la crisis del COVID...

Un reciente informe estimaba que solo hay ya un 10% de posibilidades de evitar que el calentamiento global sobrepase los 1,5º C que marcan el desencadenamiento de serias consecuencias sobre nuestro modo de vida, y que solo el cumplimiento a rajatabla de los compromisos actuales serviría para quedarnos solo en un aumento de 2º C que solo serviría para esquivar las perspectivas más catastróficas. Ya no hay margen para dudar de la necesidad de emprender una transición, no solo energética, de nuestras formas de vida hacia otras más sostenibles: que las promesas sigan siendo como hasta ahora papel mojado solo nos lleva al desastre.