Hoy iré directo al grano, amigos y amigas. Primero, porque el tema que les propongo me preocupa y porque he tenido la suerte de tratarlo con ustedes y en otros foros muchas más veces. Y, segundo, porque me parece que se trata de algo de máximo interés para todos y todas, de absoluta justicia y del más elemental sentido común. Si les parece, les cuento... Estoy seguro de que no se quedarán indiferentes.

Y es que hoy me hago eco en esta columna de las más de seiscientas cincuenta mil firmas que se han entregado en el Congreso de los Diputados, con el fin de que se endurezca el Código Penal en lo tocante a las penas por delitos graves al volante. Se trata de la secuela de un intento anterior, en el que los mismos promotores recogieron trescientas mil firmas, con escasos resultados. Y, sobre todo, del clamor desesperado de muchas familias destrozadas no por un accidente, sino por una conducta gravísima de personas concretas, que han provocado dolor, destrucción y muerte por su irresponsabilidad y mala praxis.

Dichas familias nos cuentan sus particulares calvarios, que no dudan en compartir para que el dolor y el desgarro no se repitan. Nos hablan de Iván, quien perdió en 2016 la vida mientras esperaba un autobús, con quince años, arrollado por un conductor a 130 kilómetros por hora, en pleno centro de Madrid, con un coche robado, sin seguro y después de una importante ingesta de alcohol y drogas. Un conductor reincidente, por cierto, con antecedentes por conducción temeraria. Y que, a pesar de todo ello, fue castigado únicamente con una pena de cuatro años de prisión, correspondientes al máximo que contempla hoy la ley por homicidio imprudente. ¿Qué les parece? A mí algo inasumible y que, efectivamente, hay que cambiar.

Y es que, al volante, cualquiera de nosotros puede tener un error, que puede llegar a tener consecuencias desastrosas. Un despiste, una confusión... Algo que hemos de evitar a toda costa, manteniendo nuestra atención y nuestras capacidades psicotécnicas al mejor nivel posible. Pero no somos perfectos, ni mucho menos, y a veces —desgraciadamente— surge el siempre terrible y temido accidente.

Pero hay situaciones que no son en modo alguno accidentes. Si uno bebe antes de conducir, o si en su sangre hay sustancias psicotrópicas incompatibles con dicha situación óptima para poder enfrentarse a la carretera, hay dolo. Hay causalidad, en tanto en cuanto existe una causa (los tóxicos aportados al cuerpo) que inhiben las capacidades y un estado físico y psíquico incompatible con la actividad desarrollada, produciendo un efecto ampliamente estudiado y documentado. Hay una conducta irresponsable, que la sociedad no puede tolerar. Y hay, por tanto, implicaciones penales clarísimas. Eso no es un incidente o un accidente, una triste concatenación de hechos luctuosos o algo fruto de la casualidad. No. Una persona en tales condiciones, al volante, es una máquina de matar. Un homicida. Y no tiene que darse para ello una situación tan límite como la descrita, que le costó la vida a Iván. Con mucho menos, es fácil provocar irresponsablemente un desastre. Y no me cabe en la cabeza que la actual ley no lo contemple de tal manera. ¿Y a usted?

Es por ello que los promotores del mencionado cambio solicitan penas de nueve a doce años de cárcel en tales circunstancias. Algo que puede tener ahora visos de convertirse en realidad, porque al superar el medio millón de firmas, podría tramitarse convertido en una iniciativa legislativa popular. Ojalá sea así. Porque una cosa es tener mala suerte y producir un desastre en la carretera por accidente y otra, muy diferente, es jugarse conscientemente la vida de uno y la de los demás, con un alto grado de impunidad relativa. No hay derecho.

Solamente lamento que mi firma no esté entre las más de 650.000 entregadas. O no me enteré de la iniciativa, o no estuve ágil si en algún momento la misma llegó a mí y no la consideré. Pero aquí queda la palabra, que no es consuelo, pero siempre es apoyo. Ojalá esta sociedad evolucione y entienda de una vez que el alcohol y la droga matan y no aportan absolutamente nada, y que la ingesta de los mismos previa a la conducción es sinónimo de convertir a cualquiera en un potencial asesino de forma consciente, querida y asumida de antemano. Y claro, desgraciadamente tal potencialidad a veces se convierte en real. Y, entonces... ¿qué hacemos? Pues, por lo de pronto, dejarle claro a quien lo practique que no nos vamos a quedar resignados, callados, de brazos cruzados y sin alzar la voz para pedir cambios.

Lo siento, Iván. Y lo siento por tu familia. Ojalá el marco jurídico del que dotemos a este país sea implacable con este tipo de conductas indecentes desde cualquier punto de vista. Y claramente delictivas.