La Opinión de A Coruña

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Luis M. Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

Deterioro

Le leí a Adolfo Bioy Casares, ignoro si a su vez él se lo leyó a alguien más, que el que lamenta haber tirado la vida por la ventana no sabe que vivir consiste precisamente en eso. La vida se puede arrojar, además, de muchas maneras y a la inversa: comiendo y pasando hambre, bebiendo y manteniéndose sobrio, discutiendo y permaneciendo callado, viajando y sin moverse del sitio. El abanico de opciones es amplio para el que puede elegir y hay quienes eligen anticiparse tirando la vida. Algunos creen haber perdido la batalla contra el tiempo y arrojan su existencia, no ya por la ventana, sino como el que arroja la toalla. Le pasó a mediados de los ochenta del siglo pasado a aquella escritora de la alta sociedad argentina, Marta Lynch, asustada por el envejecimiento, dicen que después de numerosas operaciones de cirugía estética sin buen resultado. Lynch compró un revolver y se pegó un tiro en la sien.

La suya es una historia terrible. Su marido, cuentan, parece ser, se enteró de que había adquirido el arma y consultó a un experto qué debería hacer. El experto le dijo que nada, que aunque hiciese desaparecer el revolver, si su intención era quitarse la vida iba a ocurrir más tarde o temprano. No tardó mucho, el marido siguió el consejo y esa misma noche Marta Lynch se disparó. Los que la conocieron de cerca coinciden en que antes de suicidarse por vanidad o egoísmo, o por ser víctima de una profunda depresión, había elegido ser ideológicamente errática sin desviarse de un único rumbo. Tenía especial predilección por codearse con el poder que le atraía de manera irresistible y quiso emparejarse siempre políticamente con los más poderosos. De modo que fue cautiva de una inflamación oficialista que la llevó de las relaciones con Frondizi a Perón, y de Masera y la Junta Militar a Alfonsín. Le costaba menos explicarse todas esos saltos bruscos de vida que su envejecimiento.

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