La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El capitalismo de la abuelita

Un fondo de pensiones de Holanda acaba de comprar las autopistas de Galicia, tras haber hecho lo mismo con las de Portugal hace un par de años. No ha de haber muchos abuelos en los Países Bajos, con una población de apenas 18 millones de habitantes; lo que demuestra, por si hiciera falta, el poderío de los pensionistas.

Los paranoicos de la conspiración tienden a pensar que el mundo está gobernado por oscuros poderes en la sombra. Que si el Club Bilderberg, que si la Trilateral, que si el FMI, que si el sionismo o George Soros. Pamplinas. Los que de verdad mueven el dinero en cantidades industriales son los abuelitos y abuelitas. Lo del lobo de Wall Street es solo una película.

El capitalismo feroz no lo representa el lobo de Caperucita, sino la abuela. El cuento ha cambiado mucho desde que lo escribieron Charles Perrault y, más tarde, los Hermanos Grimm.

La fuerza de los pensionistas ya era bien conocida por los políticos, que en campaña electoral los miman y, una vez en el poder, se cuidan muy mucho de no tocarles las pagas de jubilación. La pirámide demográfica se ha invertido en los países ricos e incluso en los de medio pelo, de tal modo que son muchos millones los votantes a tener en cuenta.

Lo que no se conocía —salvo por los inversores— es su enorme poder financiero. Tradicionalmente se atribuía a los judíos y a los banqueros la capacidad de manejar con su pasta a los gobiernos de todo el planeta. Es una idea muy extendida aún entre las extremas derechas e izquierdas, si bien estas últimas sustituyen la palabra judío (que queda mal después de lo de Hitler) por el más aceptable concepto de sionista.

Ahora sabemos que son los abuelos quienes de verdad mueven los cuartos. Lo mismo se compran —en todo o en parte— un paquete de autopistas que una compañía aérea o una farmacéutica famosa. No lo hacen ellos directamente, por supuesto. Su dinero lo gestionan fondos como el norteamericano BlackRock, que maneja una cantidad de dinero equivalente al PIB sumado de Alemania y Francia: las dos principales economías de la UE.

De hecho, la mentada BlackRock es el gigante mundial de las pensiones, aunque entre sus clientes figuren también otro tipo de inversores. Pero no es la única. Noruega, por ejemplo, dispone del mayor fondo soberano de Europa, construido sobre los ingresos del petróleo.

A este rubro pertenece la más modesta APG, de los Países Bajos, que sin hacer apenas ruido ha pasado a ser la propietaria de una pila de autopistas en la fachada atlántica de la Península. El eje Galicia-Norte de Portugal pasa ahora por Holanda: y, en concreto, por el calcetín de ahorro de sus futuros pensionistas.

No quiere eso decir que las gestoras del abuelo vayan por ahí comprando gobiernos ni decidiendo las estrategias de la política mundial, naturalmente. La política no les interesa gran cosa a los fondos de inversión. Son solo negocios, como advertía sabiamente Don Vito.

Lejos de urdir maquiavélicos propósitos de dominación del mundo, lo único que les interesa a los inversores en fondos de pensiones es garantizarse un buen pasar cuando les llegue la edad del retiro. El capitalismo es ya cosa de abuelos.

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