La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Praga, Fraga y la libertad

El centenario del nacimiento de Manuel Fraga Iribarne sirvió de pretexto para que en algunos medios se haya destacado su papel de hombre -puente entre la dictadura franquista y la monarquía parlamentaria. Un proceso político en el que se da la curiosidad de que un solo hombre, Francisco Franco, pudiese cumplir una triple función: como general victorioso en la Guerra Civil; como cabeza visible de un odioso régimen autoritario que duró casi cuarenta años; y ,por último, como creador de un nuevo linaje al sentar en el trono de España, como heredero suyo, a un príncipe de la casa de Borbón. Luego, ya muerto Franco, el mismo príncipe que había jurado de rodillas los principios del posfascista Movimiento Nacional, cedió, ya convertido en rey, el poder omnímodo que había recibido del sátrapa, y se lo fue cediendo en cómodos plazos a la clase política emergente. Y, una de las figuras históricas mas representativas de ese periodo que hemos dado en llamar Transición, fue Fraga Iribarne, al que sus correligionarios llamaban respetuosamente “don Manuel”. Desde luego, nadie mejor que Fraga puede presumir de haber sido testigo cercano de ese tiempo azaroso. Nombrado ministro de Información y Turismo por Franco se ganó fama de “aperturista” (pues se trataba de abrir, aunque solo fuera un poco, la puerta que nos impedía respirar el aire de la libertad). Su ley de Prensa suprimió la censura previa, lo que permitió a los periodistas menos timoratos aprovechar ese pequeño margen para avanzar posiciones. Aunque no tantas como en materia turística, donde el impulso arrollador del “destape” propiciado por el “biquini” homologó nuestras playas con las de Francia y otros países europeos. “Con Fraga, hasta la braga”, se decía para marcar territorio. Hombre autoritario y fácilmente excitable, al político vilalbés hay que reconocerle el mérito de haber impulsado la construcción de la famosa red nacional de Paradores, rehabilitando hermosos edificios que se hubieran venido abajo por la incuria de muchos ayuntamientos. Claro que eso no tapa el destrozo inmobiliario que se gestó en las costas españolas que fueron cementadas de forma salvaje e incontrolada. Los que nos incorporamos al periodismo profesional en el periodo fraguiano tenemos amplio anecdotario de aquel tiempo. En un periódico gallego se dio un caso muy revelador de lo que significaba la expresión “andar con pies de plomo”. El director, que sabía de las broncas apocalípticas del ministro, quiso someter a su criterio una serie de artículos sobre la crisis de Checoslovaquia de 1968 que pudieran no ser del gusto de Fraga y, curándose en salud, se las mostró antes de darlas a la imprenta. El contenido no le gustó al guardián de la moral y despidió al director con cajas destempladas. Ni que decir tiene que se procuró que el incidente no trascendiese, pero no fue así. El subdirector, que tenía fama de titular bien y de forma escueta, mandó al taller una primera plana con la que quiso interpretar la aflicción que embargaba a la opinión pública mundial ante la invasión de Checoslovaquia por tropas de la Unión Soviética. El titular decía as: “Praga: fin de la Libertad”. Rebotado como estaba, el director, ni miró la primera y cogió el coche para irse a casa. Un joven periodista que lo acompañaba, dio un grito de alarma. ¡“Coño, lo que dice aquí¡. . . Fraga, fin de la libertad”. El director dio un volantazo. “¡Lo que faltaba, que paren la rotativa¡”, aulló. El joven periodista se excusó con la falta de luz a esa hora de la madrugada.

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