Opinión | Solo será un minuto

Horizonte del elogio

Hay que tener mucha precaución con los elogios. Por varias razones. Destaquemos algunas. Pueden ser interesados. Como decía el diablo encarnado por Al Pacino en una mordaz película, la vanidad del ser humano es su pecado favorito. Los halagos pensados para camelar o caramelizar están vacíos de nutrientes, pero pueden aportar buen provecho si se espolvorean con habilidad. Luego hay halagos tan torpes que hay que ser muy cegarato para no darse cuenta de que no hay un fin limpio en ellos, solo un principio de largo medraje. Con los halagos pasa lo mismo que con esas manzanas tan enceradas que casi salen chispas de ellas: engañan y cuando las muerdes puedes encontrarte con la desagradable sorpresa de que están agusanadas. Están también los elogios rutinarios, aquellos que se sueltan sin pensarlos, solo porque parece que con ellos se es más amable, como si la falacia fuera signo de buena educación. Hay áreas de juego donde es más fácil que tras un halago llegue una zancadilla. La política, la farándula, la cultura... Donde esté un alto dirigente de un partido o una institución, no lo dudemos: a su alrededor crecerá una plantación de pasamanos en la escalera que conduce al servilismo sin tapujos. Cuando un escritor le pida que opine sobre su última novela con total sinceridad, no cometa el error de decir que no le gusta. Tampoco se trata de hacer apología de la mentira. Simplemente, disimule. Es un arte. Si alguna de sus amistades tiene un gusto horrible para la ropa, váyase por las ramas. Las mentiras piadosas atraen crueles verdades.

Dicho lo cual, si alguien hace o dice algo que vale muy mucho la pena y le sale de dentro elogiarlo sin segundas intenciones ni intereses coreados, no se corte y dígalo. ¿A quién le amarga un halago dulce cuando es sincero?

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