Opinión | El trasluz
Una broma
Mesina Denaro, el capo de la mafia recientemente detenido, llevaba 30 años en la clandestinidad. Toda una vida, como suele decirse, fuera del radar de las instituciones. Significa que no se renovaba el carné de identidad ni el pasaporte, que no recibía multas de tráfico ni notificaciones de Hacienda. Tampoco le perseguían los de Vodafone para hacerle una oferta a la hora de la siesta. No tenía libro de familia, supongo, ni cuenta corriente ni tarjeta de crédito. Lo que ignoro es si vivía encerrado en una habitación o andaba por ahí con identidades falsas, es decir, si tenía los mismos problemas que usted o que yo, aunque bajo un nombre distinto al oficial.
Treinta años en la clandestinidad, me digo. No es mucho. Yo vivo en ella desde que tengo uso de razón, y sin necesidad de cambiar de nombre o apellidos ni de renunciar al permiso de conducir o al del carné de la biblioteca pública del barrio. Tengo certificado de nacimiento, estoy bautizado y poseo diplomas que acreditan que he asistido a cursos de cocina y de jardinería, entre otros. El día que fallezca, el médico que firme mi certificado de defunción lo hará a mi nombre. Habré muerto yo y no un pseudónimo. Estoy localizable, en fin, para mi banco, para Vodafone y para la Dirección General de Tráfico y el resto de las direcciones generales del Estado.
Hay, sin embargo, dentro de mí un tipo que jamás ha salido a la luz porque en las pocas ocasiones en las que asomó la nariz volvió a esconderla, escarmentado. Ese tipo se dio cuenta en párvulos de que no estaba hecho para la vida. Lo más parecido al patio de la cárcel es el patio del colegio. Lo mejor, tanto en el primero como en el segundo, es pasar inadvertido. De modo que el niño aquel se recluyó en sí mismo para dar a luz a otro que fingió aceptar las normas escritas y no escritas al objeto de que le dejaran en paz. El crío oculto fue creciendo en el interior del manifiesto, aunque sin abandonar nunca su refugio, por miedo a ser detenido o torturado o condenado a cadena perpetua. Ahí sigue, el pobre, mientras mi yo visible imita los comportamientos de la generalidad a fin sobrevivir en un mundo cuyo odio al diferente, lejos de decrecer, aumenta. Los 30 años del capo italiano son una broma.
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