Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA

¿Hacia dónde va el Deportivo?

Cano, ante la Balompédica Linense

Cano, ante la Balompédica Linense / LOF

Va el Dépor deambulando entre supuestas catarsis sin nunca terminar de purificarse del todo, sin acabar de extirpar el fatalismo y dejar atrás las malas decisiones de los últimos tiempos. La continuidad de Óscar Cano pende de un hilo. Todo es inconsistente en este club, salvo su afición. Solo un milagro que no se atisba mitigaría esa sensación de que el técnico está amortizado y de que solo hay que ponerle fecha al finiquito: o en otro descalabro fuera de casa o en un traspiés en Riazor que termine de enterrar esa media inglesa que ya tiene un pie en la tumba. Mientras tanto, el equipo va dando tumbos, a golpes como si acelerase en primera. Se descuelga fuera, se engancha en casa, siempre erosionando la confianza de la plantilla en sus propias posibilidades y la fe de la grada en quien tiene en el césped, en el banquillo y en los despachos. Es un goteo que consume y al que, por mucha ilusión que se le ponga, cuesta encontrarle un happyend. ¿Hacia dónde va el club? ¿Hasta cuándo malgastará todo el material humano y simbólico que tiene a su alrededor?

Los últimos reveses señalan a un plantel con problemas de planificación, que se ha parapetado en su entrenador

En el pliego de descargos de Óscar Cano, hay que decir que no es el gran responsable de lo que ha pasado en los dos últimos partidos fuera de casa. Por fútbol, el equipo no hizo méritos para perder ninguno de los dos encuentros y en Salamanca le condenaron los errores individuales de los jugadores, muchas veces parapetados en la falta de feeling de su técnico con la grada. Un mal despeje, una roja de juvenil y una defensa de centro lateral que sonrojaría a cualquier zaguero... No está el entrenador nazarí para ponerse la camiseta y salir a despejar balones o para echarle hielo al ímpetu de Olabe. Su incidencia palpable en el resultado de un partido con un gran arranque no le coloca en el centro de la diana. León señala también a la caseta por su mala salida al duelo y por la jugada del 1-0 cuando el equipo ya se había rehecho. Poco que achacar en lo más visible a Óscar Cano, no ocurre así en lo que subyace.

No supo comunicarse el técnico desde el primer momento con su afición. Sus ruedas de prensa no les convencían, eran de las que levantaban el enfado tras una derrota o hacían torcer el gesto aún con victoria. Tampoco le ayudaban, a ojos de la grada, algunas de sus decisiones malgastando jugadores y arrinconando a la cantera. Muy distinta fue su pericia para colarse en el vestuario, en la mente de sus jugadores.

Un técnico no es responsable de un mal despeje o de evitar una roja, pero sí de no saber llegar a su plantilla

Agradeció su llegada el grupo, aún tocado por el partido ante el Albacete y en un laberinto emocional y futbolístico por los estertores de la era Borja Jiménez. Abrió las ventanas de Abegondo, centró en él el foco para liberar a unos futbolistas oprimidos, hasta les dio herramientas para defender mejor, para no sentirse tan vulnerables a campo abierto. Parte de esa hoja de ruta se deja sentir aún en los partidos de Riazor, donde el equipo ha encajado solo un gol en los últimos ocho duelos y donde Mackay se ha quedado sin ensuciar sus guantes en unos cuantos. Poco a poco, de una manera gradual, no sin sobresaltos y aupado en Lucas, el Dépor activó un tibio modo caza que acabó por surtir efecto. Se colocó a diez puntos de la cabeza y, semanas después, llegó por unos instantes a ser líder provisional. Fue, sin excesos, el mejor momento de Óscar Cano entre el deportivismo. Las victorias no todo lo curan, pero sí alivian y cambian la lente con la que se mira al que casi siempre es el culpable de todos los males.

Ya bastantes veces jugó mentalmente de nuevo el club aquel Dépor-Fuenlabrada como para caer de nuevo en ese cepo

Esa recobrada fortaleza, no del todo afianzada y que había ido construyendo durante meses ladrillo a ladrillo, se empezó a resquebrajar ante el Castilla. Un duelo directo, esa segunda parte le recordó al equipo lo mundano que era. Se vio inferior, corrió lo indecible y a duras penas rescató un empate. Una semana más tarde, llegó al enésimo examen a domicilio y todo se empezó a desmoronar en una plantilla con problemas de planificación. No se nota fuerte, segura, su concentración va cuesta abajo y los errores individuales le penalizan. Cano no juega los partidos, pero sí es responsable de llegar a su grupo, de llevar las riendas, de hacerles sentir fuertes. Y ese efecto parece haberse desvanecido. Cuando un entrenador pierde la capacidad de influir en su plantilla...

El Fuenlabrada como espejo

El Fuenlabrada jugará por primera vez en Riazor desde el verano de 2020. Es inevitable rememorar lo que pasó, casi fotograma a fotograma, y cuál ha sido desde entonces la deriva. Echar la vista atrás para no repetir errores del pasado es básico en una entidad de la historia del Dépor, pero el club y su afición deberían detenerse lo mínimo estos días en aquel choque, en aquellas semanas de ignominia. Ya bastante tiempo se pasó el Dépor jugando de nuevo mentalmente aquel partido en los meses siguientes, cual Día de la Marmota, como para volver a caer en ese cepo. Para su desgracia, los errores que le condenaron esa temporada se produjeron muchos antes de aquel 20 de julio de 2020 y de que la LaLiga ya no pudiese seguir tapando los positivos de los madrileños con intereses espúreos. El Dépor se condenó a salir del fútbol profesional con una planificación deficitaria, con la inestabilidad y con la falta de liderazgo de su cúpula. Detectar verdaderamente los errores es el primer paso para avanzar, que es lo único que debe hacer el Dépor.

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