Opinión | 360 grados

Un Kennedy que no llegará nunca a la Casa Blanca

Parafraseando a la Biblia puede decirse sin temor a errar que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un nuevo Kennedy como el nuevo candidato demócrata de ese ilustre apellido entre en la Casa Blanca.

Si como esperamos no sufre la misma trágica suerte que su tío, el presidente John Fitzgerald o que su padre, el que fue fiscal general de aquél, Bob Kennedy Jr. tendrá que lidiar con el establishment demócrata.

Ya intentó dos veces, aunque sin éxito, esa hazaña otro candidato de ese partido, bastante menos polémico como Bernie Sanders, moderadamente progresista, asimilable a un socialdemócrata europeo.

Sanders fue triturado por el ala más derechista del partido de Joe Biden como lo fue a este lado del Atlántico por el suyo el líder laborista británico, injustamente difamado, como muchos reconocerían más tarde cuando el daño ya estaba hecho, por su supuesta tolerancia del antisemitismo en su formación.

¿Es capaz alguien de pensar que un político como Robert F. Kennedy Jr., que ha anunciado públicamente que cuando llegue a la presidencia cerrará todas las bases que tiene Estados Unidos en el extranjero y traerá a las tropas a casa?

Un político que recuerda a sus compatriotas la advertencia que hizo en su día el sexto presidente de Estados Unidos, John Quincy Adams (1925-1929) respecto de las tentaciones intervencionistas que ya apuntaban en su país.

Según Quincy Adams, EEUU debía dejar de “buscar fuera monstruos a los que destruir” bien por simpatía o interés porque terminaría perdiendo así su propio espíritu democrático como nación.

Tan sabia advertencia iba, sin embargo, a caer en saco roto como demuestra el largo rosario de intervenciones militares de EEUU a lo largo de su todavía joven historia.

Bob Kennedy Jr., que recuerda también la advertencia de otro presidente, el republicano Dwight Eisenhower, ya al final de su mandato, sobre el excesivo poder del complejo militar industrial de su país, quiere dar prioridad a la economía frente a la tentación de destruir otros países.

Pero por si esto no fuera poco, Bob Kennedy Jr. tiene enfrente no sólo a la industria armamentista, que financia tantas campañas legislativas en aquel país, sino también a otra igualmente poderosa como es la farmacéutica.

Abogado de profesión y ambientalista, el candidato a la Casa Blanca denuncia la falta de regulación de la industria, las puertas giratorias que tan bien funcionan entre las empresas y las agencias del Gobierno y acusa a los laboratorios de haber aprovechado la reciente pandemia para el lucro de directivos y accionistas.

Sus críticos le tachan de “conspiracionista” por poner en tela de juicio la eficacia real de las vacunas contra el COVID y minimizar sus efectos secundarios en muchas personas o por establecer una correlación entre la vacunación de los niños en EEUU y el espectacular incremento del autismo y las alergias.

El político demócrata afirma frente a sus críticos que él no está en contra de las vacunas, pero quiere que se investiguen y se prueben mucho para asegurarse de que no producen efectos adversos importantes, algo que al menos a uno no le parece pedir demasiado.

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