Opinión | uN MINUTO
Más que coincidencia
Abro la puerta del ascensor, y la voz de Raúl me advierte: –¡Tranquilo, que no hay perro!, porque los ladridos del chucho al que mi vecino saca regularmente a la calle me han dado más de un susto. No hay perro en esta ocasión porque —me explica Raúl— le han operado de una hernia inguinal. –¡Cáspita, también en los perros!, exclamo, porque hará poco yo pasé por una intervención similar —de ello escribí contando lo de aquella perspicaz enfermera que me ordenó que me tocara el culo para que me diese cuenta de que la anestesia epidural aún paralizaba mi bajo cuerpo—, y así comentamos que hay una frecuente concomitancia cuando hablamos de dolencias, circunstancia que comprobamos seguidamente, cuando le pregunto a mi convecino sobre el bastón en el que veo que se afirma para aliviar el apoyo de un pie en el suelo: –Es el tendón de Aquiles, que me trae a mal traer. –¡Leches, igual que Oriol, que tras una partida de paddle, llegó a casa cojeando! Y así entre malestares y dolencias que vemos que suceden con más frecuencia y similitudes en nosotros y en nuestros prójimos, seguimos nuestro camino para participar en una junta de vecinos —un incordio más que nos atañe a los dos— que acabó a las tantas de la noche.
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