Crónicas galantes

Ocaso de los partidos del cabreo

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Rendidos al glamur de Yolanda Díaz, los últimos restos de lo que fue Podemos acaban de entregarse a Sumar, el conglomerado de vocación aritmética que lidera la vicepresidenta. Fuera del Congreso hace mucho frío y se conoce que no les quedaba otra opción.

No se sabe muy bien lo que pueda ser esta coalición que ha conseguido reagrupar al Frente Popular de Judea con el Frente Judaico Popular en la versión española de La vida de Brian. Aparentemente se trata del mismo viejo chiste contado por caras que ni siquiera son nuevas, pero eso es lo de menos.

Lo de más es el ocaso de los partidos que nacieron al calor de la indignación provocada por la crisis financiera de 2008 para acabar con los tejemanejes del bipartidismo.

Ciudadanos, que llegó a obtener 57 diputados en el Congreso, no se presenta siquiera a las elecciones del próximo mes. Podemos, que se estrenó con 69 congresistas e incluso se acercó al PSOE en las encuestas, ha ido perdiendo fuelle elección tras elección hasta acabar de figurante en las listas de Yolanda Díaz.

Queda aún Vox, que fue el último en incorporarse al grupo de los del ceño fruncido y la palabra airada. El equivalente de Podemos en la ultraderecha mantiene una nada desdeñable cifra de 52 diputados que aspira a conservar o aumentar en las próximas elecciones. Quizá suceda así o quizá no; si bien la tendencia a la baja de sus colegas del bando de enfrente debiera moderar ciertas ilusiones.

Por abismales que parezcan sus diferencias ideológicas, todos ellos comparten la común condición de ser partidos del cabreo. Sus líderes son gente eternamente enfadada y a menudo vociferante a los que votan electores igual de cabreados que ellos.

Ese enojo respondía, originalmente, a las carencias económicas causadas por la crisis financiera de hace quince años; pero en realidad cualquier motivo vale para enfadarse. Basta que a uno lo deje la novia o que su equipo descienda a Segunda para que el afectado —o afectada— busque alivio votando a quien le promete una solución a sus problemas. Aunque luego se limite a arreglar los suyos, claro está.

Algo ha cambiado, sin embargo, a juzgar por la recomposición de fuerzas que acaba de operarse en la izquierda acampada a la izquierda de la socialdemocracia. Los votantes del cabreo parecen haber vuelto la espalda a Iglesias, Montero, Echenique y demás gestores del núcleo duro (y tan duro) de Podemos.

No es que dejen de estar enfadados con el mundo, pero ahora han descubierto el encanto de una líder del amable talante de Yolanda Díaz, que jamás apea la sonrisa, no dice una palabra más alta que otra y ni siquiera gasta prejuicios a la hora de adoptar una correcta vestimenta burguesa. Toda una revolución dentro de la revolución.

Con ello se demuestra que las ideologías son más bien prescindibles para el marketing que exige un mercado electoral basado en la oferta y la demanda del voto.

Falta por saber si el experimento tiene éxito o no; pero algo habremos salido ganando con la bajada de decibelios en los mítines y la recuperación de las buenas maneras en la política. Aunque nada haya cambiado en el fondo, se agradece que muden las formas. Bien dijo Óscar Wilde que los modales importan más que la moral.

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