Al azar

Oyentes criminales de ‘Supergarcía’

Matías Vallés

Matías Vallés

He visto Supergarcía en Movistar. Sí, en el formato semidocumental, no en la serie de ficción sobre José María García, ni en los pódcast en torno al Butano. No, la entrevista en La Resistencia con el locutor no coincide con ninguno de los productos citados, y después está la biografía escrita de García. Aún no se comercializan tazas y platos con su efigie, pero todo se andará.

Cada trimestre se radiografía a García, que arrastra más productos personalizados que Juan Carlos I o Felipe González. Como en el chiste de Eugenio en que Dios se le aparece a un accidentado, cabe preguntarse “¿hay alguien más?”. Llevamos escuchadas doscientas versiones del secuestro de José Legrá para asegurarse la exclusiva. La proliferación obliga a plantearse si en España ocurrió algo de importancia durante el tramo postrero del siglo XX, y más adelante se ahondará en esta turbulenta hipótesis.

Cabe establecer una condición de partida. Los redescubridores del único García español que no necesita más precisiones se hallan en franca desventaja, con respecto a su audiencia. Cualquiera de los millones de oyentes del Butano le ha dedicado más horas de atención que la suma del tiempo invertido por todas las personas implicadas en las producciones audiovisuales revisionistas. Si hay alguien que no necesita ser excavado, se llama José María García.

Esta evidencia obliga a adentrarse en tortuosas hipótesis, para aclarar la obsesión sobrevenida por un profesional que precisamente acabó derrotado por la audiencia. Y así se concluye que la exuberancia en torno al radiofonista pretende criminalizar a los oyentes del tándem García/Morena. Se trata de confrontar a seis millones de españoles con su abyección, restregándoles que hasta los protagonistas de aquel espectáculo a muerte se retractan hoy públicamente de los excesos en que incurrieron.

Nos hallamos por tanto ante la impugnación radiofónica del régimen del 78, que incluye la condena supremacista a los medios de comunicación tradicionales. Esto no va de García, va de usted, el botarate que se quedaba absorto en el coche, sin atreverse a abandonarlo hasta que no finalizara la perorata del gurú. De haberse preocupado más por el cambio climático y menos por los escándalos de la Federación de Patinaje, el planeta hubiera dispuesto de una oportunidad.

Aznar echa a García por competencia desleal, pero el presidente del Gobierno no podía imaginar que acabaría de verdugo comparsa en las superproducciones consagradas a su víctima. Los redescubridores de un país con seis millones de oyentes bárbaros olvidan que el locutor le ganó el referéndum de la OTAN a González, por lo que hoy ayudamos a Ucrania gracias a un insignificante radiofonista. Y eso es historia.

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