inventario de perplejidades

Sobre el fuego enemigo

Jose Manuel Ponte

Los habituales a la lectura de El País andamos algo desconcertados con la evolución de un periódico que fue, durante años una referencia obligada del periodismo posfranquista. Salió a la calle cuando aun no se había muerto el general ferrolano y su objetivo político inicial fue servir de plataforma a ese amplio sector de la opinión publica española necesitada de recibir una información distinta y no tan sectaria como la ofrecida por la prensa adicta a la Dictadura. Y como credencial. Más que suficiente para los eternos desconfiados se citaban entre su promotores a los políticos gallegos Fraga Iribarne y Cabanillas Gallas, que habían sido ministros del sátrapa, y al economista Ramón Tamames que se había mostrado ante los medios como militante destacado del Partido Comunista. Durante la inacabable Transición El País mantuvo su linea editorial sin salirse de las famosas lineas rojas que marcan el territorio de lo social-liberal, es decir del capitalismo de rostro humano. Y en esa trinchera se guarecieron los sucesivos directores desde Juan Luis Cebrián, que marcó estilo con la inestimable ayuda de Felipe González. —¡Y ay del que quebrantase el juramento de fidelidad reciproca!—. Rodríguez Zapatero fue la primera víctima del llamado “fuego amigo”, una estrategia que se remonta a la Segunda Guerra Mundial y servia para justificar las matanzas por error de nuestros soldados. Parece ser que en Vietnam el pánico empujo a muchos soldados norteamericanos a disparar contra cualquier cosa que se moviera dentro de la espesa vegetación de la selva. Zapatero aguantó todo lo que pudo hasta que rindió la plaza. No obstante, fue suya la iniciativa de prohibir el tabaco en los bares y otros establecimientos, crear una Unidad Militar de Emergencia (que tan eficaz se ha revelado contra los incendios y otras catástrofes). Regreso de las tropas de Irak el primer día de su gobernación para cumplir un compromiso electoral; paridad en el Consejo de Ministros; Ley de Dependencia; Carnet de conducir por puntos; alto el fuego permanente con ETA; aumento del salario mínimo... Los “guardianes de las esencias patrias” le reprocharon no haberse levantado de la silla durante un desfile militar ante el paso de una bandera de Estados Unidos. En el momento del anuncio de su tramitación hubo una sonora rechifla en el Congreso, en unos casos porque parecía inalcanzable erradicar usos y costumbres muy arraigadas y en otros por puro filibusterismo. Es decir por ganas de entorpecer. Estos días se discute apasionadamente sobre las investiduras de Pedro Sánchez y de Alberto Nuñez Feijoo y sobre la burla del destino que supone entregar a Puigdemont, el expresidente de la Generalitat fugado de la Justicia española, la llave de elegir al próximo jefe del Gobierno. Y todo eso condicionado a que los diputados independentistas, bajo obediencia de Puigdemont, se manifiesten conformes con del pago ofertado por Sánchez, a no dudar, avances significativos en el llamado procés. La posibilidad de que el presidente en funciones se atreva a dar ese paso ha movilizado a las viejas glorias del PSOE. Felipe González, Guerra y otros dirigentes se han manifestado horrorizados, Redondo y Leguina expulsados de la organización y la marea creciendo a la espera de algún milagroso golpe de sensatez. En El País he leído un articulo de Juan Luis Cebrián Felonías políticas muy duro con Pedro Sánchez. Y desde luego, nada parecido a los que el periódico publicaba en tiempos del “Fuego Amigo”.

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