CRÓNICAS GALANTES
El cielo es para millonarios
La idea ciertamente marciana de viajar a Marte está en marcha y hasta tiene fecha aproximada de salida. Elon Musk, famoso fabricante de cohetes, de coches eléctricos y propietario de Twitter, se propone embarcar a las primeras tripulaciones allá por el año 2029. Del precio del billete aún no se ha hablado, pero seguramente no va a ser el de un bonobús.
Lo que empezó siendo una competición entre superpotencias —USA y la fenecida URSS— hace cosa de medio siglo, es ahora un asunto privado de empresas. Rivalizan por crear rutas en el espacio exterior el dueño de Amazon, Jeff Bezos, con su compañía Blue Origin; el británico Richard Branson con su Virgin Galactic; y el ya mentado Elon Musk con Spacex. Suponiendo que no se les sumen otros, claro está.
Los dos primeros han viajado ya en sus propias naves para darse un capricho, si bien lo hicieron en breves vuelos de entre 11 minutos y una hora de duración. Musk parece reservarse para más largas y altas navegaciones.
No se trata de un empeño fácil, por supuesto. El propio Musk vio como fallaba en abril de este año su primer ensayo con la Starship: una especie de autobús galáctico con el que el visionario emprendedor pretende llevar a unas 100 personas hasta la Luna y, en su día, a Marte. Infelizmente, la nave explotó al despegarse del enorme cohete que la impulsaba. Un pequeño contratiempo que, a lo sumo, retrasará unos pocos años la entrada en servicio de este avanzado medio de transporte.
Dirán los quejicosos de siempre que aún hay muchas líneas de viajeros que atender en la tierra, antes de ponerse a trazar caminos en el espacio. Incluso en países desarrollados como España siguen produciéndose retrasos en los trenes, pero esa es cuestión distinta y, desde luego, muy distante de la que abordan Musk, Bezos y Branson con sus compañías espaciales.
La conquista de lo que hay más allá de la bóveda celeste es, en todo caso, una ambición propia de milmillonarios. No extrañará, por tanto, que toda una vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, haya visto en esta nueva carrera espacial un “plan B” de los ricos (y ricas) de este mundo para darse el piro hacia otros satélites y planetas cuando las cosas vengan mal dadas. O se vayan al carajo, para emplear su expresión.
En realidad, Díaz se limitaba a reproducir —adobándolas un poco— las teorías del norteamericano Douglas Rushkoff, quien sospecha que los potentados de la elite financiera y tecnológica están buscando salidas para huir de este planeta en caso de catástrofe. A los terrícolas de escasa cuenta corriente en el banco nos dejarán aquí, abandonados a nuestra (mala) suerte, si algún día llega una guerra atómica, una pandemia imparable o si las máquinas deciden tomar el poder mediante golpe de bit.
De ser eso cierto, se trataría de un flagrante acto de insolidaridad, que es lo que ha hecho notar, precisamente, la vicepresidenta.
Atrás quedan los tiempos en los que era más fácil ver pasar a un camello por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el cielo. Qué va. Los nuevos ricos de ahora no paran de encargar cohetes para huir hacia los cielos en cuanto la Tierra se vaya a hacer gárgaras. Aunque, a decir verdad, lo de irse a vivir a Marte no suena a planazo de fin de semana.
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