Yo no seré un pringado, ¿y usted?

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

Aunque pueda parecer que significa otra cosa, la primera acepción de la palabra “pringado”, según el Diccionario de la RAE, es “persona que se deja engañar fácilmente”. Esta reflexión aborda la posibilidad de que nos dejemos engañar fácilmente en la actual tramitación en curso de la investidura a presidente del Gobierno y de que, en consecuencia, seamos unos verdaderos pringados. En efecto, el candidato a la investidura ha empezado a manejar un discurso político en el que se combinan eufemismos y silencios con el objetivo final de conceder una amnistía a los independentistas catalanes para que el candidato a presidente pueda “pagar” el precio de los escaños necesarios para conseguir ser investido presidente.

Si, como espero, soy capaz de convencerlos del mencionado engaño podré afirmar que yo, al menos, no seré un pringado porque no han conseguido engañarme. Lo que suceda con cada uno de ustedes dependerá de si se tragan o no el engaño. Y es que tras recibir el encargo de su majestad el Rey de intentar obtener la confianza del Congreso de los Diputados, el actual candidato ha recurrido inmediatamente al “eufemismo”; esto es: se dirige a los ciudadanos con expresiones suaves y adornadas para encubrir lo que realmente pretende. Por eso solamente los que no han puesto la mínima atención para saber lo que piden los independentistas catalanes a cambio de su apoyo a la investidura ignoran que exigen una ley de amnistía. Es lo que necesita Puigdemont para evitar por completo los tribunales y poder seguir siendo —y esto es lo determinante— candidato a la presidencia de la Generalidad.

Pues bien, como el candidato sabe perfectamente que la amnistía no cabe en la Constitución del 78, según él mismo declaró hace bien poco lo mismo que hicieron otros muchos socialistas (alguno de los cuales está hoy en el Tribunal Constitucional), para poder pagar el precio de la investidura no le queda otro remedio que encajar la amnistía, aunque sea a martillazos, en la Constitución para lo cual ha tenido que recurrir, insisto, al eufemismo y a flagrantes omisiones. Gracias a estos recursos lingüísticos el mensaje político ha sido manipulado para que lo que subyace en él, que es la amnistía, sea más fácil aceptado por aquellos que, de haber utilizado el lenguaje preciso y riguroso, no la admitirían nunca.

Se trata, como dice Rubén Amón, de la edulcoración del lenguaje, para encubrir la amnistía bajo los señuelos dialécticos de la concordia, el diálogo, la generosidad. Lo que se pretende, en definitiva, es “desinformar” con el fin de “disfrazar” la amnistía, y hacer creer a la ciudadanía que lo que se va a conceder a los independentistas no es la amnistía que exigen como contrapartida, sino otra cosa como lo demostraría que el nombre de lo concedido no es amnistía.

Al actuar de este modo, el candidato a presidente cree que la ciudadanía es tan ignorante que solo se entera de lo que le dicen si se mencionan las cosas por su nombre. Y así habla de “generosidad” para seguir avanzando en la “misma senda” de la desjudicialización iniciada la pasada legislatura con “los efectos beneficiosos de los indultos”. Añade que “los límites del PSOE en las negociaciones siguen siendo “el marco de la Constitución” (¿el verdadero o el deformado? y concluye sosteniendo que “lo que quieren los catalanes es pasar página y provocar el reencuentro entre catalanes e instituciones. Ahí es —concluye— donde nos vamos a mover, por convicción política y compromiso constitucional”.

Bien miradas las cosas, el candidato habla de “generosidad” cuando de lo que se trata es de “necesidad”, pero no para España, sino para él. Antes de las elecciones del 23-J nadie hablaba de tener generosidad con Puigdemont y, por supuesto, mucho menos de amnistía, salvo para decir a bombo y platillo que nunca la concedería porque no cabía en la Constitución. De hecho, su partido no la incluyó en su programa electoral. Más aún: a lo que se comprometió el candidato fue a traer a Puigdemont a España para someterlo a juicio.

¿Qué fue entonces lo que cambió? El resultado electoral del que surgió la imperiosa necesidad de Pedro Sánchez de poder contar con los votos de Junts. Y fue esta ineludible necesidad la que hizo encajar la hasta entonces anticonstitucional amnistía en un acto de generosidad, mutando el compromiso de hacer comparecer ante la justicia a Puigdemont, que antes era una exigencia del Estado de derecho, en la generosidad de favorecer el “reencuentro con los catalanes que desean pasar página”.

La maniobra es tan burda que cualquier persona medianamente atenta la descubre sin esfuerzo. Y nos ayudaría mucho saber —información que nos omiten— cómo presentan la amnistía en Cataluña los independentistas: como un triunfo de Cataluña que le ha retorcido el brazo a la España opresora.

Llegados a este punto, la postura de cada uno ante ese engaño dependerá de muchos factores, desde no sentirse vinculado por la Constitución hasta creer ciegamente al líder del partido socialista. Pero también los hay, y no son pocos, que defienden la Constitución y los principios que instaura, y en que gracias a ella ha sido posible la armonización de las distintas sensibilidades y la garantía de la libertad, la justicia y el bienestar.

Yo me encuentro entre estos últimos. Y coincido plenamente con las palabras del rey Juan Carlos I de su discurso ante las Cortes el 27 de diciembre de 1978: “Si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y armonía”. Por eso me pregunto, ¿el actual candidato a la investidura está anteponiendo su egoísmo y personalismo a la consecución del bien común? ¿Lo pueden defender los que tratan de dinamitar el contenido de la Constitución deformándolo para conservar el poder? Respóndanse ustedes mismos.

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