Tú y yo somos tres

El día que Silvia se libró de una multa por ser ‘famosa’

Ferrán Monegal

Ferrán Monegal

Han visitado El hormiguero (Antena 3) Carmina Barrios y Silvia Abril para promocionar su película Alimañas, de inminente estreno. Silvia ha estado estupenda. Simpática, inteligentemente ocurrente, ha desplegado su sabiduría escénica con arrolladora seducción.

Ha contado, cuando se le preguntó que recordase alguna anécdota divertida que le haya sucedido, un lance que le ocurrió en La Rambla de Barcelona, años atrás, cuando ella iba en moto y realizó una maniobra completamente prohibida, y fue pillada in fraganti por dos agentes de la Guardia Urbana. Explicó que la empezaron a empapelar inmediatamente. Y que al quitarse el casco, y mostrar su rostro a los agentes, se produjo entonces una maravilla prodigiosa. Uno de los guardias exclamó, muy emocionado: “¡Me cago en la leche, pero si es La niña de Shrek!”. Y a partir de aquel momento todo aquel proceso de multarla y revisarle los papeles se transformó en una hermosa alegría de un fan ante la famosa que acababa de reconocer. Naturalmente, no hubo multa ni sanción.

Esa misma noche, Ana Blanco, en el programa Todo cambia: la fama (La 1 de TVE), le preguntó a Olvido Gara (Alaska) cómo está viviendo la notable fama que la envuelve. Alaska contestó: “Mucha gente se me acerca, pero nunca sé si lo hace por mi trabajo como cantante o porque salgo en televisión”. Efectivamente. El factor artístico o profesional hace tiempo que ha quedado anulado, suplantado, por el hecho de salir a mostrarse en la tele, un posturismo que nada tiene que ver con el oficio o profesión, intrínsecamente. La trayectoria de Silvia Abril es fértil. Actriz, humorista, escritora, participa continuamente en películas y obras de teatro, y no obstante aquel emocionado policía municipal de Barcelona la reconoció solo por su Niña de Shrek de la tele. A Alaska, cantante y compositora (Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides, Alaska y Dinarama, Fangoria) la gente se le acerca porque la han visto en la tele.

La máxima sublimación de esta impostura son las ratomaquias y reality shows. Criaturas comunes y corrientes, sin ningún arte u oficio que las sustente, son introducidas en una jaula, con cámaras enfocándolas continuamente y de pronto adquieren el grado de famosas. En este caso es un status evanescente. Dura lo que duran las brasas de las barbacoas en las que se van rustiendo.

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