Oblicuidad

Scorsese abusa de nuestra paciencia

Matías Vallés

Matías Vallés

Barbie, Oppenheimer y Los asesinos de la luna, por un total de nueve horas en la butaca de un cine, suman la marca mínima a partir de la cual puede hablarse de adicción cinefílica. Este principio activo se consolida con más de doscientas horas de pago al año. La taquilla es tan imprescindible como pagar para que funcione el psicoanálisis. Por supuesto que un año ofrece menos de cien horas de películas de calidad, pero el aburrimiento o el sufrimiento incluso son necesarios para disfrutar de las perlas ocasionales. ¿O no oyeron hablar de la carne madurada?

Todo está escrito sobre Barbie y Oppenheimer, la catilinaria debe dirigirse hoy contra Los asesinos de la luna, con un rotundo “Quousque tandem abutere, Marty, patientia nostra?”. En efecto, Scorsese abusa de nuestra paciencia, y el montaje demuestra que el director no estaba guiado por la obsesión de no desperdiciar un palmo de metraje. Al revés, quería que su película durara tres horas y media, iba amontonando flashbacks intrascendentes para lograrlo. ¿Resultado? Taylor Swift le derrotó en su fin de semana inaugural en USA.

Es peligroso alargar las películas ante espectadores huidizos, porque la COVID ha sido más dura con los cinéfagos que con la población en general, y ha vaciado las salas. Antes encontrará Leonardo DiCaprio una novia estable que se localizará a un mayor de cincuenta años en la sala oscura. Y no se engañe con las crónicas emanadas de Cannes sobre Los asesinos de la luna. Omitían la existencia de espectadores dormitando en la selecta première.

Un cinéfilo no solo puede dormirse en la sala oscura, sino que acostumbra a cerrar los ojos. Es una prueba de confianza en la película y, aunque aquí se denuncian los crímenes dilatorios de Scorsese, nadie negará que ofrece remansos para la abstracción. Este director respeta el sueño del espectador, bajo la premisa de que ni la mayor obra maestra carece de diez minutos en que descabezar un sueñecito. La ventaja de un cinéfilo sobre un cliente esporádico consiste en que el habitual conoce los momentos en que puede abandonarse, sin merma de la atención global que merece el producto a consumir.

Los adultos que siguen yendo al cine resultan tan sospechosos cuando emergen a la luz como los espectadores del cine porno de hace cuarenta años. Debido a este vaciado dramático de las salas, los supervivientes son unos privilegiados que saborean la proyección no solo en condiciones inimaginables por los parias del cine en tableta, sino en mejor disposición que los propios autores de la película. Por eso detectamos mejor que nadie las debilidades somníferas de Los asesinos de la luna, que no remedian sus espectaculares comienzo y desenlace. Cuando una película ha de refugiarse en sus objetivos de una pretendida y pretenciosa redención social, ya solo queda echarse a dormir.

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