crónicas galantes

Tengamos la fiesta en paz

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Estaban los españoles tan tranquilos con sus viajes, terrazas, vinos y cañas, cuando un problema aritmético en el Congreso los ha devuelto a las trincheras. Vivimos un vanguardista avance hacia el pasado que, de entrada, nos devuelve a la antañona división del país entre rojos y fachas. Es una pena y, sobre todo, una sinrazón.

El de las dos Españas es un concepto devenido en viejuno desde que Antonio Machado sentenció hace casi un siglo que una o la otra habrían de helarle inevitablemente el corazón a los españolitos.

Se trata de un anacronismo. Nada tiene que ver la actual España con el hambreado y semianalfabeto país que en los años treinta del siglo anterior acabó resolviendo sus miserias a tiros.

Solo los más fanáticos a babor y a estribor, que son pocos, pero ruidosos, creen a estas alturas que andamos en vísperas de enfrentamientos civiles. Ni la renta per cápita, ni las anchas clases medias, ni el generoso sistema de protección social del que disfruta el país invitan a pensar en tales disparates.

En realidad, España está dentro del puñado de 24 democracias plenas que hoy existen en el mundo. Ocupa el puesto 22º, junto a Francia, entre los sistemas democráticos más avanzados, lo que sin duda es cosa de mérito si se tiene en cuenta que los mismísimos Estados Unidos han caído al 30º lugar de esa clasificación.

Bien pudiera ocurrir, por supuesto, que los últimos y polémicos sucesos en materia legislativa nos hagan perder puntos en el próximo Índice de Democracia; pero esa es cuestión sobre la que solo se puede especular por el momento.

Lo que se constata ahora mismo es que no existen dos Españas, sino tantas como españoles. Cada cual puede —y debería— pensar cómo le dé la real o republicana gana, amparados todos por el derecho a la libertad de ideas y a su libre expresión.

Quiso la mala suerte, sin embargo, que el accidente aritmético ocurrido en las últimas elecciones haya impulsado a los políticos a crear dos bandos separados por un muro. El sosiego en el que vivía el personal hasta hace unos pocos meses se ha visto perturbado por la obligación de afiliarse a uno de los dos lados de la valla. La variedad de ideas ha dejado paso a un tosco sistema binario en el que solo se puede ser rojo o facha, como si aún estuviésemos en los infelices años treinta.

Es así como los más ofuscados de la parte derecha del muro exigen ya el derrocamiento, incluso manu militari, del presidente Pedro Sánchez. Sus colegas del lado izquierdo retrucan con alertas contra la llegada del fascismo, el fin de la democracia y todo por ese palo. Cualquiera diría que unos y otros se han confundido de país y creen vivir en Yemen del Sur.

Choca todo esto con la visión de quienes contemplan el espectáculo desde fuera, lo que tal vez les conceda una más amplia perspectiva. Curiosamente, los guiris suelen identificar a España con las ideas de alegría y de fiesta, tan apartadas de la bronca —verbal— que parece haberse instalado en el país.

Va a ser cosa de darles la razón a los extranjeros. Este es, en efecto, un país muy de vinos, verbenas y fútbol que solo quiere tener la fiesta en paz. Los malos rollos, mejor dejarlos para los políticos que tanto disfrutan levantando muros.

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