Carlos “Oroza 100”

Alberto Barciela

Alberto Barciela

Libres, hemos regresado a donde fuimos felices, a Carlos Oroza. Hemos tronado a los versos, a la evocación, a los recuerdos, a segar el trigo entre las falsas fronteras físicas, ideológicas, estilísticas. Nos hemos unido en torno al papel que se agrupa en páginas, que se construye y deconstruye, juntado el puzle, deshaciéndolo, componiéndolo, buscando las palabras, las citas, la inspiración propia o el recurso a la ajena. Subimos a la playa y descendemos a la montaña, trasgredimos el orden impuesto, trastocamos las adjetivaciones en busca de la originalidad celebrante, repetida de cien maneras diferentes.

Las experiencias de la diversidad se acumulan en un solo tomo de la Asociación Cultural Évame Oroza, producido por la Editorial Elvira, que, como bien dice el académico gallego-español-norteamericano, Alberto Avendaño, en un no prefacio que no quiere ser introducción, siquiera sabemos si es un libro escrito al albur de los idiomas, que habla en lenguas. Es sí una publicación que reúne las voces, las grafías y los gestos de quienes amamos al amado y desquerido viveirense; pintores, poetas, diseñadores, actores, literatos, músicos, fotógrafos, periodistas... Oroza 100 es eso, lo otro, y sigue requebrando con el homenajeado las rutas urbanas y rurales de una cultura herida de sí misma, capaz de renunciar a los suyos para ensimismarse en su expresión más propia y genuina, pero no la única.

Celebramos al poeta —pRoFeta— que fue hombre —“esquina ambulante”, digo yo—, tropiezo y encuentro con la vida, paseo hasta la elevación de la palabra a los altares de la lírica, hasta la consagración de los hallazgos provocados por las musas en alta poesía. En el fondo, todos comulgamos en el pecado del ego, en la forma, participamos de una ceremonia laica, que nos es más que reconocer la resurrección permanente de la inspirada música de frases de otro, de expresiones que adquieren sentido cuando se enuncian. “... Y las palabras sueñan que las nombro...”. Eso decía el viveirense de Madrid o de Vigo, el padre huérfano ahora reivindicado.

Volamos, sí Carlos, contigo. Con tus versos: “Yo no pinto pájaros. Pinto vuelos”. Y nos cuesta posarnos en este mundo hipócrita, donde los político recitan a los poetas para establecer distancias, fronteras infranqueables, desigualdades y desencuentros. Donde los intelectuales estreñidos se refugian en las instituciones palaciegas. Ellos son los que hacen crecer al trigo, los que limitan los horizontes, los que separan, los que escogen y condenan. Y ese ni era, ni es, ni será, el mensaje, la propuesta del bardo humilde pero ético; del intelectual pobre pero moralmente rico; de los alejados o admitidos en la corte pero insertos en el paisaje de los horizontes amplios, capaces de abrazar, comprender y acoger a los que como tú, Carlos, fueron libres de ser Cela, Torrente o Valle Inclán. El universo gallego no conoce más límites que los de un país que solo es pobre y envenenado por los que niegan su amplitud y escriben falsas necrológicas, en ausencias cobardes, no místicas.

Gracias a Javier Romero, a Arantxa Amatriaín, a Antón Patiño, al recitado Alberto Avendaño, y a la cuadrilla que ha ayudado a segar esta vez el trigo. No volvimos negros, como denunció la amada Rosalía. Al fondo se ve una esperanza, y en todo caso, juntos y revueltos, contrariando los consejos del homenajeado hemos regresado a donde hemos sido felices, a Carlos Oroza. Él es uno de nuestros horizontes, “al Norte hay un mar más alto...”. El chileno Morales Monterríos, Lupe Gómez y Amancio Prada, fueron los premiados protagonistas de la I Gala del Premio Internacional, a los que cantó Uxía y ensalzó Antonio García Teijeiro. Que no tengamos que esperar otros 100 años para celebrar tanto y bueno.

Suscríbete para seguir leyendo