La motosierra de Milei, en la Casa Rosada

Olga Merino

Olga Merino

Los colegas argentinos andan devastados. Con ese pasmo que congela el pensamiento y el discurso, como cuando te despiertas en mitad de una pesadilla y el chapapote del sueño parece tanto o más tangible que la realidad misma: ganó el ultraderechista Javier Milei. El que habla de prohibir el aborto. El candidato cuya vicepresidenta desafía el consenso sobre la dictadura militar. El Loco o El León arrasó en la segunda vuelta electoral con el 56% del voto, un porcentaje incluso superior al de la peronista Cristina Kirchner en sus mejores tiempos. Milei irrumpe en la Casa Rosada con la motosierra de los recortes en ristre. Pero ¿qué ha pasado en la querida tierra que tan bien cuentan Claudia Piñero, Selva Almada y Dolores Reyes?

Pocos días antes del balotaje, me alarmó el correo de una amiga, de visita a la familia en Buenos Aires. Aún no eran las siete de la mañana, cuando cuatro tipos les entraron por el tejado. La amordazaron. Las amenazaron, a ella y a su madre anciana. Los chorros querían guita, pero no se conformaban con los pocos pesos que guardaban en la casa, sino que pretendían dólares. Lo revolvieron todo. Fue media hora de terror. “Qué triste y qué locura —proseguía mi amiga—. No se puede vivir acá. La gente está harta, asustada, impotente”.

Parece, pues, que han ganado en las urnas la rabia y el agotamiento, el voto punk contra el establishment, la consigna de al carajo con todo. Desde hace meses, los periódicos vienen llenos de información sobre el día a día en Argentina, la mayor deudora individual del Fondo Monetario Internacional (FMI). No se llega a fin de mes. Las gentes rebuscan en los ‘tachos’ de basura o, en el mejor de los casos, hacen equilibrios con la tarjeta de crédito, con la estratagema de comprar lo básico en los primeros días del mes para pagarlo en 30 días, ganándole así unos puntos a la inflación, que alcanza el 140%. Más o menos, el 40% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Estas circunstancias explicarían que Milei haya arrasado incluso en el conurbano del Gran Buenos Aires, el semillero peronista.

El nuevo presidente Milei adora a sus cuatro perros, cuatro mastines ingleses llamados Milton, Murray, Robert y Lucas. Los ha bautizado así en homenaje a destacados economistas de la Escuela de Chicago y de la austriaca, padres del neoliberalismo a ultranza y la contrarrevolución keynesiana. Los nombres de los canes ya anuncian lo que se viene: privatizaciones, dolarización de la economía y dejar el sector público en las raspas. Huele otra vez a los años 90, a la cirugía sin anestesia de Menem. Cabe preguntarse si los hachazos no generarán aún más pobreza y desigualdad. ¿Otra vez el caos y el corralito? No lo merecen.

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