Mi peluquero analiza los pelos de Milei

Miqui Otero

Miqui Otero

Quizás sea de recibo recurrir, por una vez, a un especialista para hablar de un tema en una columna. Y, dado que resulta complicado analizar qué se cuece en el cerebro de los líderes de la extrema derecha (por llamarlos de alguna manera, cerebros y extrema derecha), abordaremos el asunto de lo que tienen encima: el cabello. Las demenciales tofas. Para ello, quién mejor que mi peluquero.

Juan Miguel es un barbero de tercera generación que recibe en su cuco establecimiento de la calle València con Enric Granados. Estamos ante un sabio con bigote, lector de tres diarios por fin de semana y fan de George Harrison, que eligió las tijeras como arma, aunque podría haberse decantado por el bolígrafo: sus textos para recibir el año o para inaugurar temporada tras las vacaciones son descacharrantes. Como agradable es la conversación en su templo, con fotos de Quini, singles de Los Salvajes y libros sobre el peluquero de los Beatles.

Hoy, poco después de la victoria de Javier Milei (y de su peinado de mod jubilado), con el recuerdo vivo del exprimer ministro británico, Boris Johnson o del expresidente de EEUU, Donald Trump, me veo empujado a preguntarle sobre, como diría Sr. Chinarro, “el porqué de sus peinados”. ¿Descuido marca de clase privilegiada? ¿Generosidad en su autopercepción? ¿Nadie alrededor con valentía para indicarles el ridículo? “Me hace gracia que me lo plantees. Mi difunto padre era barbero (como mi abuelo). Pues bien, en su día le escribió una carta a Jordi Pujol. Como recordarás, Pujol siempre iba despeluchado, intentando peinar aquellas pobres y largas guedejas en su testa. Mi padre le planteaba, que, como barbero, debía avisarle de que un hombre con su puesto no podía ir de esa manera absurda, siempre despeinado (con el agravante de que Pujol era un tipo de entidad intelectual. Lo normal es que fuese consciente de ello). Pero era un soberbio que quería llevar la manija en todo, como con lo del ‘avui no toca’. Nunca contestó a mi padre”.

Pero vayamos a la actualidad, como hacemos en nuestros encuentros, cuando poda mi seto capilar depresivo, mientras suena David Bowie. Según Juan Miguel, a mayor desastre capilar, más monumental ego. Esto sucede desde Julio César, cuyo nido de pájaro de cabello débil hizo correr chistes y tinta en su época. “Boris es un cretino. Ese pelo está estudiadísimo. Y va teñido, pese a negarlo. Un tonto que pretende pasar como antisistema por ir despeinado, cuando está claro que esos tijeretazos y ese encrespamiento son artificiales”.

Para el nuevo capo de Argentina no tiene mejores palabras: “Milei se define como liberal libertario. Toma ya. Eso quiere decir que a mí no me digas nada. Un tipo que pretende autoafirmarse a través de la estética. Al menos Menem se recortó las patillas”. Más digno de análisis es el caso del expresidente de EEUU: “Trump es otro caso distinto. Tiene poco pelo, y lleva una ingeniería capilar que de buen seguro un peluquero le cuida. Además, va teñido con un color que no existe en la naturaleza (como el negro ala de cuervo de Ron Wood o el de Manolo García, betún de bota militar)”.

Juan Miguel se extiende en la opción “lengua de vaca” de Miquel Roca y con “el paradigma de lo absurdo: Iñaki Anasagasti, que empezaba a hablar peinado y se le iba escurriendo la tofa por violentos momentos. También podría hablar del caso del gato muerto en la cabeza…”.

¿Saben aquellos carteles de seguridad de “Atención, perro peligroso”? El mundo necesitaría uno igual, cambiando perro por pelo.

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