Kissinger: “Solo preguntas de fútbol”

Martí Saballs Pons

Martí Saballs Pons

Unos meses antes de celebrarse el Mundial de fútbol de 1994, el Foreign Press Center de Nueva York convocó a un grupo de corresponsales extranjeros a asistir a una conferencia/charla con Henry Kissinger, que fallecía esta semana pasada a los 100 años. Recuerdo la cara de estupefacción que mis veteranos colegas de diarios como Les Échos o Financial Times realizaron cuando la notificación vino acompañada con una apostilla. El señor Kissinger solo aceptará hablar de fútbol. En ningún caso responderá a ninguna pregunta sobre política internacional o interna de su país.

Así fue, una hora charlando de aquel Mundial en el que él tanto influyó para que lo organizara Estados Unidos. Habló de sus favoritos —dio opciones a España, eliminada por Italia en cuartos— y de cómo el fútbol era su gran pasión. Hacia el final del encuentro, intentamos infructuosamente realizar preguntas —la guerra en los Balcanes y la transformación de la extinta Unión Soviética eran los temas internacionales más seguidos en aquella época— pero nada, se resistió. Pronto averiguamos por qué. Kissinger solo hablaba de política exterior si había dólares encima de la mesa. De eso vivía: dar conferencias a precio de oro, ofrecer asesorías privadas a empresas y gobiernos y escribir libros. El último: Liderazgo, seis estudios sobre estrategia mundial.

El legado de Kissinger pasará a la historia. De origen judío alemán, su familia logró huir de Baviera en 1938 y se instaló en Manhattan. Su figura ha trascendido a los presidentes de su país y tras fallecer, se han generado cientos de análisis sobre su participación en algunos de los acontecimientos más decisivos de los años sesenta y setenta como secretario de Estado bajo las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford. Desde el establecimiento de las relaciones entre China y EEUU, su gran hito, que lo convirtió para siempre en un hombre amado y respetado en el país asiático; hasta liderar el proceso de desarme nuclear con la URSS. El miedo a una guerra apocalíptica estaba encima de la humanidad en aquellos años. Las tragedias de Vietnam, Camboya, Timor del Este y Chile están, por lo contrario, en el lado más oscuro de sus políticas. El golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el régimen democrático de Salvador Allende en 1973 —ese año recibió el premio Nobel de la Paz— no pudo haberse realizado sin la aquiescencia de Washington.

En mayo de este año el semanario The Economist, y con motivo de su centenario, ofrecía un resumen de ocho horas de conversación con Henry Kissinger. Una de las escasas entrevistas que ha dado. Su oráculo sobre cómo tratar con China y Rusia seguía siendo escuchado y respetado. Mantenía las raíces de su estrategia: dialogar y negociar desde la fuerza y el respeto, con prudencia y extrema discreción. Citaba finalmente a Emmanuel Kant: la paz puede lograrse a través de la racionalidad, pero no se podía garantizar. La posibilidad del desastre siempre estará presente.

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