Crónicas galantes

Mareas y mareantes

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Tan acostumbrados estamos a las mareas negras que la llegada de una de color blanco a Galicia parecería noticiable, pero en principio no fue así. Aunque los políticos pateen ahora las playas para hacerse selfis, la granizada de bolitas de plástico que excretó un barco en aguas de Portugal despertó un interés más bien módico en su arribada a las costas gallegas.

La probable explicación reside en que esta materia contaminante no es, ni de lejos, tan vistosa como el chapapote. De hecho, los pélets son difíciles de ver, lo que complica su recogida. A diferencia de lo que ocurre con las mareas de petróleo, esta de gránulos blancos no ofrece —de momento— enfoques espectaculares a las cámaras de la tele. Y lo que no sale en pantalla, no existe en nuestra sociedad del espectáculo.

Aun así, se han comparado un poco abusivamente sus efectos con los de esas otras mareas más telegénicas que cada pocos años injurian las costas de Galicia. La del Prestige fue la más filmada, pero antes ya habían pintado de negro las rocas del litoral el Urquiola, el Mar Egeo, el Andros Patria y el Polycommander, por citar solo algunos de los nombres de nuestro vasto catálogo de desdichas marítimas.

La de ahora es menos visible y, sobre todo, de bastante menor volumen que aquellas. Las 26 toneladas de plástico que presumiblemente perdió el mercante Toconao no admiten comparación con las 60.000 de chapapote derramadas por el Prestige, pongamos por caso.

Tampoco es cosa de cotejar peras con manzanas, claro está. Los daños del fueloil son bien conocidos por la larga experiencia que los naufragios han dado a Galicia; pero se discute aún el efecto de una marea blanca sobre el medio ambiente.

La información que proporciona la Comisión Europea sobre este asunto no es precisamente confortadora. Sostiene ese organismo en un comunicado del pasado mes de octubre que, una vez liberados al mar, los microplásticos no se degradan ni pueden ser neutralizados. Las bolitas blancas acaban a menudo en la barriga de los peces que las confunden con huevas; y de ahí podrían pasar a la cadena de consumo.

Sugiere además la CE que la exposición a estos pélets se ha vinculado a ciertos efectos negativos en estudios de laboratorio; aunque solo considera “probable” —sin más— que sean tóxicos para los seres humanos.

Menos alarmista, el Centro Tecnológico de Investigación Multisectorial de Galicia ha constatado, según el Gobierno autónomo, que los gránulos recogidos en las playas no son tóxicos ni peligrosos. Otro laboratorio de Vigo matiza que, aun no siéndolo los pélets, sí que lo son las sustancias aditivas que llevan. Habrá que esperar a que los científicos se pongan de acuerdo.

Si la ciencia difiere en sus cálculos, no extrañará que los políticos —y los gobiernos— encuentren un excelente pretexto para ponerse a recoger votos como si fueran bolitas ahora que andamos en vísperas de elecciones. Ya que los minúsculos gránulos no dan el necesario espectáculo visual, parece lógico que lo ofrezcan los gerifaltes al mando sin más que tirarse los pélets a la cara.

Raro será que, tras la marea blanca, no acaben todos ellos chapoteando en la marea negra de los reproches, los insultos y la asignación de culpas. Cosas del Gremio de Mareantes.

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