Oblicuidad

Se hunde la farsa de los superhéroes

Matías Vallés

Matías Vallés

No todo fueron malas noticias en 2023. El hundimiento del cine de superhéroes, con recaudaciones escuálidas para producciones costosísimas, implica quizás la última esperanza de salvación de la civilización occidental. La contracción de las audiencias fue inesperada y, aunque sobran los motivos para explicar el descalabro de los subproductos mayoritariamente de la Marvel, los expertos han optado por la justificación más adecuada a las limitaciones de la audiencia. Es decir, los guiones han disparado su complicación hasta el punto de que la confusión era inevitable, se requería un máster universitario antes de afrontar la basura motivada en la pantalla.

Frente a esta pretensión de que los espectadores no poseen la inteligencia suficiente, parece razonable objetar que cada vez cuesta más encontrar a una clientela con la pésima calidad intelectual indispensable para tragar con la carnavalada de los superpoderes. No son películas demasiado difíciles de seguir con atención, sino de seguirlas despierto.

Si Ant-Man fue pisoteado en la taquilla, ni siquiera la trilogía de Guardianes de la galaxia concluyó con el apoteosis merecido por su estupendo episodio inicial, precisamente porque le pegaba una patada a la colmena de los superhéroes. En esta misma faceta satírica, hasta Deadpool 2 perdía fuelle frente a la magia de Ryan Reynolds en Deadpool 1, que figura sin duda entre las cien mejores películas humorísticas de la historia.

El declive del cine de superhéroes es peor que su hundimiento, porque los responsables de esta chatarrería insistirán en que pueden recuperar al enfermo. Pues no, se acabaron los adultos vestidos con mallas y capuchas, pronto quedarán relegados al rincón de las películas españolas con vocación pedagógica, otra plaga que por lo menos solo castiga a unos cientos de espectadores incautos.

Nadie ha comentado Thor 4, y el mundo es un sitio mejor gracias a esta ausencia. Hollywood es cíclico, pero la desintegración de los superhéroes de la Marvel adquiere una relevancia especial, porque estuvieron a punto de quedarse como los únicos supervivientes del negocio cinematográfico. La degradación de las historias espaciotemporales había alcanzado el punto en que valía más resignarse a la desaparición del cine tal como lo conocemos, antes que dejarlo en manos de los Batman de Nolan o de un Joaquin Phoenix incapaz de distinguir entre los emperadores Cómodo, Joker o Napoleón.

Para rematar la sensación de felicidad, de que se vislumbra la esperanza de más películas como Anatomía de una caída, el hartazgo de los superhéroes o supuerhéroes por su infantilidad golpea en el plexo de Disney, propietario de Marvel, en pleno centenario. Pueden seguir tratando a los actores como a niños, pero los espectadores merecen un respeto.

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