La sana costumbre de aburrirse

Periodista

“No es un móvil; es un ordenador”, me explicaba un joven de forma autoinculpatoria en relación con la irresponsabilidad de que un niño de 11 años tenga habitualmente en sus manos uno de esos teléfonos. Lo hacía con honestidad, pero también sabiendo que él había disfrutado del utensilio desde los 12 años “por tranquilidad de mis padres”, aseguraba, ya que desde primero de ESO tenía que coger dos autobuses para ir al cole.

El argumento es extensible a muchas familias. Pero es una excusa. Todavía es posible adquirir un telefonino móvil a secas, como lo llamaban los italianos. Hablo del aparato que conecta dos líneas telefónicas en caso de urgencia o despiste. Está en el mercado, aunque hay que encargarlos.

Esa posibilidad podría ser admisible. Lo otro, como mi joven interlocutor me apuntaba de forma decidida, es una irresponsabilidad. Los móviles actuales son ordenadores en potencia. Smartphones con la posibilidad de conectar con el mundo, con todo tipo de páginas web y de interlocución adulta.

Los cifras son terribles. Los datos que aporta el Instituto Nacional de Estadística (INE) son muy preocupantes. La mitad de los niños de 11 años tienen móvil. Más del 70% de los de 12 años hacen uso de la herramienta. Y lo que te hace explotar la cabeza es que el 23% de los chavales de 10 años ya lo tengan en sus manos. ¿Quién es el responsable?

Yo mismo fui el responsable de que mi hijo a los 12 años tuviera un móvil en sus manos. En aquella época sí era un móvil solo con teléfono, y primaba la tranquilidad de que en sus recorridos por los transportes públicos de Barcelona tuviera una herramienta de ayuda. No es óbice el argumento. Con aquello introduje la rutina de portar un aparato que más tarde se convertiría en un ordenador móvil de ahora. Una rutina que iba acompañada de otro tipo de aparato tecnológico, como era una Gameboy, que convertía el viaje en un recorrido de entretenimiento, pero también de aislamiento con la realidad que le envolvía. De volver a aquel tiempo, nada sería igual.

De aquellos errores, los momentos actuales. Ya han pasado 20 años y los protagonistas de esa generación son personas con carreras profesionales de mayor o menor fortuna. Sin embargo, sí abrieron la puerta a los datos actuales y a unas lógicas que, sobre todo, han desenganchado al joven de aquellos momentos de aburrimiento que la generación boomer aprovechó para imaginar. Todo lo contrario.

La conclusión es que el aburrimiento es lo mejor que nos pasó. Dejar la mente en blanco para deambular por entre nuestros pensamientos, ejercicio básico para aprender a concentrase. Los chavales de ahora, además de acceder a espacios como el porno, que no deberían frecuentar, mantienen en todo momento la mente ocupada. Así, cuando llegan a los 20 años, sus dinámicas de sorpresa han disminuido. ¡Qué les va a sorprender, con tanto estímulo! Como vacuna habrá que volver a educar en el aburrimiento.

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