Crónicas galantes

La lluvia y el PP, tradiciones gallegas

Ánxel Vence

Ánxel Vence

La noticia de estas elecciones en Galicia es que no hay noticia. Volvió a ganar el PP por quinta vez consecutiva, lo que tal vez sea ya una tradición equiparable a la del cocido, a la lluvia, al Xacobeo o a la queimada. Fue como ir un domingo a la oficina y, una vez cumplido el trámite, volver al business as usual el lunes.

Todo conspiraba esta vez par que los perseverantes gallegos mudasen de hábitos, tal que hicieron en el año 2005. El partido conservador había perpetrado una campaña entre mala y pésima, su candidato no despertaba exactamente pasiones y, para rematar, sus estrategas decidieron abandonar el tono levemente galleguista que tanto éxito les vino dando desde los tiempos de Don Manuel.

Pero ni por esas. El electorado conservador, rocoso, ha ignorado todas esas torpezas para votar como siempre, que en eso reside precisamente la idea de conservar. Sobre el único partido de la derecha en Galicia no ejerce siquiera sus efectos la fatiga de los materiales que en otros ámbitos acaba desgastando a los que llevan ya muchos años de uso. El poder desgasta sobre todo a los que no lo tienen, decía Andreotti.

Poco se puede hacer cuando uno lucha contra tradiciones tan establecidas como la de que en Galicia llueva y se vote al PP. Lo acaban de comprobar, en distinta medida, sus dos principales adversarios, de regreso a la oposición en la que ya estaban.

Las altas expectativas que se había fijado el Bloque Nacionalista, aspirante a liderar un gobierno de izquierda y soberanista, se han revelado un tanto exageradas.

Al partido de Ana Pontón no le bastó hacer una magnífica campaña en la que, por primera vez, se atuvo a los principios más elementales del marketing. Personalizó su oferta en una líder con fuerte tirón y, además, hizo todas sus apuestas en positivo.

El público se lo premió con un buen puñado de escaños adicionales que han hecho del BNG la única candidatura que ha aumentado —y mucho— su cuota en estas elecciones. La cifra hubiera sido suficiente si solo tuviesen que competir con un partido y no con una tradición: pero ha sucedido esto último, naturalmente.

Su problema fue que la mayor parte de los votos obtenidos a mayores se los sustrajo el partido de Pontón al que habría de ser su teórico aliado: el PSOE. La debacle de los de Besteiro ha sido de tal calibre que ni siquiera consiguieron mantener una cifra de dos dígitos en el número de diputados.

Razones había para que eso sucediese. Los socialdemócratas concurrían con un líder poco conocido y, por si eso fuera poco, acometieron una campaña en negativo sin otro programa aparente que echar al PP de la Xunta. Tampoco les ayudó la promesa de que, si los gallegos votasen al PSOE, obtendrían un mejor trato del Gobierno de España. De lo que se deduce que serían castigados en caso contrario. La idea no gustó, claro.

No es seguro que mejorasen mucho sus resultados, aun haciéndolo bien, que no fue el caso. Enfrente tenían a una tradición; y es muy difícil pelear contra la fuerza de los hábitos.

A este paso, la Wikipedia acabará por definir a Galicia como una comunidad del noroeste, famosa por su marisco, su húmeda climatología y su industria textil, en la que es costumbre elegir cada cuatro años al Partido Popular. Aunque solo sea en las votaciones de alcance autonómico, que tal era el caso de la del domingo.

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