Opinión

Los rescoldos del fuego de Valencia

Aún consternados por las dramáticas consecuencias del incendio que devoró un edificio de Valencia en pocas horas, dejando 10 muertos y cientos de familias sin hogar, hasta desde toda Europa han llegado muestras de solidaridad y tristeza. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, lanzó un mensaje de apoyo en nombre de la UE, que ofrece ayuda pero especialmente ha aplaudido los esfuerzos que desplegaron bomberos y personal sanitario en la crisis desatada por el fuego. La actuación de los servicios de emergencias atajó contrarreloj lo que podría haber sido una catástrofe mayor, pero en la cadena de acontecimientos guarda aún un especial papel un hombre que no era del cuerpo de bomberos: Julián, el conserje de la finca. Varios afectados del edificio siniestrado han dado su nombre y han relatado cómo en los primeros momentos de caos, con humo y llamas ya lamiendo las puertas de los rellanos de la escalera, el hombre fue puerta por puerta avisando a los vecinos, los primeros, los mayores. Fueron minutos preciosos, aquellos del shock y las decisiones inmediatas antes de la llegada de los profesionales del auxilio, los bomberos.

Me quedo con el papel de Julián porque hace décadas que las porterías de las fincas han dejado de considerarse útiles en los inmuebles que aún las tenían. Cerraron a cal y canto, y las viviendas que algunos porteros conservaban en los edificios, en los sobreáticos, se reconvirtieron en pequeñas viviendas para sacar más rentabilidad económica al espacio. Otras fincas se instalaron los porteros automáticos en las puertas y solo con la llegada de los envíos de paquetes a domicilio algunas comunidades de vecinos pensaron en contratar de nuevo a un conserje, aunque la tendencia más reciente pasa por que los paquetes que no se pueden recibir ya se depositen en puntos de almacenaje en el barrio, en otras tiendas cercanas. Edificios enormes como el de Valencia pueden conservar la figura del conserje, un puesto que es un remedo de los antiguos porteros que se conocían a las familias de la finca, que cohesionaban la comunidad de vecinos antes de que existieran como las conocemos ahora, con su presidente y su junta, sus gestores administrativos. También las fincas regias mantienen la tradición, y durante la pandemia, aquella otra gran catástrofe de nuestro pasado reciente, fueron una muleta emocional para los vecinos conmocionados por el impacto del virus que íbamos descubriendo día a día.

El trauma que ha sacudido en primera persona a cientos de familias que ocupaban viviendas en el Campanar de València tiene una onda expansiva en las comunidades de vecinos que chequean estos días qué habrían hecho en una situación similar, qué medidas de protección tienen disponibles, incluso elevan consultas a sus administradores para asegurar que los revestimientos de sus casas son seguros: aunque el material inflamable que parece estar tras el veloz avance de las llamas por la cubierta de la fachada del edificio se prohibió en 2019, ¿cuántas fincas se levantaron con este material?¿Cuántas inspecciones siguen las fincas, qué se hace para corregir estos puntos vulnerables de construcciones ya levantadas?.

La búsqueda de seguridades en nuestras vidas tiene con la tragedia del Campanar una nueva pista que recorrer, paralela a la que seguirán las administraciones y la justicia para esclarecer responsabilidades en lo sucedido. Pero los rescoldos de la respuesta inmediata de la comunidad, de Julián y su conocimiento íntimo de las necesidades de los vecinos, no deberían apagarse nunca.

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