Opinión | El correo americano
Ya no trabajan aquí
La pasada semana, en Maryland, se celebró la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). Figuras marginales, pero legitimadas por el Partido Republicano, se presentaron en el National Harbor (en el cual se prohibió la entrada a una parte de la prensa) para rendir culto a la personalidad de Trump, enviar mensajes apocalípticos y escandalizar a sus oponentes. Sin embargo, se han pasado tanto de frenada que, más que generar controversia o provocar indignación, el evento se ha convertido en un espectáculo grotesco, hortera y menor, imposible de distinguirlo ya de la caricatura presentada en los dibujos animados, el cine y la televisión. Solo faltaba el sheriff de Fargo.
Allí se dijeron cosas como que “estamos en guerra por el control de nuestros hijos” y que “van a venir a por ti y a por tus iglesias porque odian el cristianismo” (Tommy Tuberville). O que los demócratas “son comunistas” y que los Obama lo controlan todo (Monica Crowley). Hubo quien directamente abogó por redactar leyes contra los medios de comunicación y de ese modo “ir a por el enemigo” (Stephen Miller) o quien confesó estar a favor del “fin de la democracia”, lamentándose del fracaso del asalto al Capitolio (hasta tenían una máquina de pinball con el tema del 6 de enero a modo de merchandising) y advirtiendo que su intención es acabar con el sistema vigente (Jack Posobiec).
Por ahí también apareció Tulsi Gabbard, antaño progresista del estilo Bernie Sanders y candidata por el Partido Demócrata a las elecciones primarias de 2020, que recientemente halló cobijo entre los MAGA. Gabbard hizo lo único que estos populistas exigen a los conversos: defender al expresidente. De paso también acusó a sus antiguos compañeros de partido de tener una “mentalidad de dictadores”. La transformación de Gabbard parece responder a un ansia de protagonismo para el cual el trumpismo ofrece unos remedios fáciles de aplicar y de efectos instantáneos. Entre los invitados foráneos se encontraba Liz Truss, la primera ministra británica que duró siete semanas en el cargo; Nayib Bukele, el célebre presidente de El Salvador, quien animó a los presentes a seguir luchando contra “las fuerzas oscuras”; y Santiago Abascal, líder de Vox, visiblemente feliz por su ingreso en el club internacional de los patriotas.
Uno puede preguntarse qué es lo que une a todos esos personajes. Dicen que luchan contra el globalismo, la ideología woke y la inmigración ilegal. Es curioso cómo el conservadurismo vuelve a establecer alianzas basándose en los enemigos comunes. Aunque en el pasado no todo valía en nombre de la causa. A esta CPAC también volvió, por ejemplo, la John Birch Society, pioneros de las teorías de la conspiración durante los años cincuenta. Robert Welch, su fundador, también dijo, como dicen ahora estos nuevos demagogos de sus adversarios, que Eisenhower era comunista.
Pero William F. Buckley decidió dejarlos fuera del movimiento conservador. El biógrafo del periodista, John B. Judis, escribió que a Buckley le preocupaba que la derecha sucumbiera ante estos discursos y bulos disparatados, pues podría acabar siendo fagocitada por el fascismo. Ahora lo llamarían “traidor” o “vendido a los intereses de Washington”. Porque, como dijo Matt Gaetz de Paul Ryan y Kevin McCarthy, todos esos referentes “ya no trabajan aquí”.
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