Opinión
Periodista
Francisco Umbral, manual de instrucciones
Sostiene el prologuista del libro Francisco Umbral. Manual de Instrucciones, que el autor, José Besteiro hace lo que le da la gana en su publicación, con el autor vallisoletano “de clave o eje, que es como decir con la norma de la rebeldía ahí en lo alto, como un designio nocturno, o una desvelada maravilla”. Ángel Antonio Herrera, activa así, el manubrio de una puerta, que es umbral, que nos adentra en un libro “que no es una biografía, pero a veces sí. Tampoco es una novela, aunque a menudo sí. Participa del ensayo en la medida en que lo supera, o lo desprecia. Resulta un artículo sucesivo mientras se desvía como crónica. Altera el jaleo y el disparo, el ingenio y la anécdota, la documentación y el birlibirloque”. Lo que en verdad ocurre, es que el periodista lucense va forjando, a través de 340 páginas muy documentadas, una escultura de papel, un gran homenaje a su maestro y amigo, entre requiebros y evocaciones, con martillazos y sutilezas, con precisión de testigo y de lector minucioso, versado, para nada indiferente.
El libro alcanza densidades inusitadas, parte del ser, del niño de Pucela, atraviesa sus imposturas, y lo sitúa en la posteridad, tras diseccionar sus libros, su artículos, su palabra al fin, y rozar el desvelo de lo sutil callado, en un viaje desmedido, profusamente descrito, pleno de requiebros y de hallazgos. Mientras aparecen “todos los umbrales que han sido: el periodista de guerrillas, el cronista de alta y baja sociedad, el comentarista político a la contra, el articulista de lujo, el memorialista proustiano, el novelista todoterreno, el sociólogo de bolsillo, el diarista íntimo, el costumbrista posmoderno, el ensayista articulado y hasta el poeta que nunca dejó de ser”. Ahí están el hombre sin máscaras y el personaje teatral con intenciones que él mismo creó, sin dejar por ello de ser un golfo culto y ateo, en una España resabiada de lutos, él es un español afrancesado curioso y comunista conservador, un provinciano universal, que llegó a envejecer “más por el éxito que por el tiempo”.
En Umbral hay un Delibes —que deliciosas cartas se entrecruzaban— y un Cela —finalmente “traicionado”, tras su muerte, en su amistad—, un Pla y un Cunqueiro —terrenales—, un Larra y un Lorca, un Gómez de la Serna, un Ruano y un Valle Inclán, un Montaigne y un Proust o un Baudelaire, una verdad y un golfo, un impostor y el ejercicio de una religión mística de ateo, y un humorista. Un hijo de soltera de una España rancia, acuartelada en cierto modo, en aquel país color descafeinado en el que, en realidad todo era negro: los coches de la policía, los taxis de Madrid, los lutos, el NODO, la televisión, la tinta de los periódicos, la vida, en suma; todo era negro, salvo su bufanda roja.
El libro de Besteiro es un homenaje a la palabra, a la literatura, al mejor periodismo, supone el retrato de una época en la que ser culto o viajar, no digamos opinar, tenía sus riesgos, quizás por eso se restringía a las minorías y a los valientes y a los capaces de sortear los meandros de la censura. El mérito de Umbral supuso todo eso y más, fue un autodidacta pobre y provinciano que escaló a las cimas de la libertad —personal y política—, de las relaciones sociales, del Madrid más exigente, de la economía, que inventó el umbralismo, como una forma de ser y estar, y un estilo reconocible, admirable, único, magistral. Y que se quedó a un escaño de ser Académico de la Lengua.
José Besteiro califica a Umbral como “rey de la cultura selfie”, como un personaje, un impostor consciente, construido a sí mismo, tras el que pivotaba su verdad aparente, sus logros: “su prosa y su obra”. Él mismo abrió todas las puertas de un tiempo que fue suyo por un tiempo, y que un periodista del ahora, queriendo hacerle una estatua, posibilita que sea también nuestro.
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