Opinión | Crónicas galantes

Portugal y España: parecidos razonables

Aunque este año se cumpla medio siglo de la Revolución de los Claveles, las elecciones del domingo en Portugal han pasado tan inadvertidas como casi todo lo que ocurre en tierras de nuestro más amable vecino. Con la sola excepción de Galicia, que es la prolongación natural y sentimental de la vieja Lusitania en el mapa, España vive de espaldas a los portugueses.

Sorprende un poco la situación si se tiene en cuenta que la más dilatada frontera española es precisamente la que la separa de Portugal, con sus casi 1.300 kilómetros. Se atiende mayormente a la de Marruecos —de solo 16 kilómetros— por la mera razón de que los gobiernos magrebíes suelen causar bastantes más problemas.

De no darse esas peculiares circunstancias, los comicios portugueses del domingo hubieran sido una noticia de lo más relevante. Obsérvese que la votación, anticipada, se debió a la renuncia al cargo del primer ministro portugués Antonio Costa, afectado por un escándalo de corrupción que luego perdería gas. Meses después se produjo otro —similar o no— en España por una cuestión de mascarillas y aizkolaris.

A ello hay que añadir que Sánchez quiso inspirarse desde su llegada al poder en la fórmula de gobierno ideada en Portugal por Costa. No sin razón. El premier portugués estaba entonces en minoría y tuvo que recurrir al apoyo —en la sombra— del Partido Comunista, los Verdes y un Bloque de Izquierda que venía a ser, más o menos, lo que Podemos representaba en aquel momento en España.

También en franca minoría, con solo 84 diputados, Sánchez encontró en Costa un modelo muy apropiado para salir adelante. Al Gobierno portugués lo calificaron de “jerigonza” —es decir: cosa mal hecha, frágil y precaria— sus adversarios de la derecha; pero lo cierto es que la receta funcionó estupendamente.

Por improbable que pareciese, el Ejecutivo socialista presidido por Costa sacó a su país de la quiebra, subió las pensiones y el salario mínimo, redujo el desempleo y, a la vez, obtuvo el aplauso de la Unión Europea y el FMI. Se habló entonces de milagro económico, cosa de no poco mérito en tierras de la Virgen de Fátima.

A diferencia del Gobierno monocolor de Costa, eso sí, Sánchez se vio obligado a dar entrada en el Consejo de Ministros a la izquierda radical que antes le producía insomnio. Aun así, ha conseguido mantenerse al mando de España durante seis años, con opción a tres más. No hubo milagro financiero, en su caso; pero tampoco es menos verdad que la economía española ha marchado razonablemente bien durante este período.

La fácil explicación reside en que, dentro de un mundo globalizado como el actual, tanto Portugal como España se beneficiaron de las tendencias europeas. Los más escépticos sugieren que probablemente hubiera pasado lo mismo con gobiernos de otra tonalidad ideológica.

Sería útil atender a los curiosos paralelismos que se vienen dando entre los dos países ibéricos. Un caso de corrupción forzó las elecciones que probablemente van a dar el gobierno a las derechas en Portugal; si bien no parece que tal cosa pueda repetirse en España. O sí, quién sabe. Quizá por eso extrañe la poca atención que aquí se les presta a los sucesos del país de al lado, donde todo va una hora por delante. O una hora menos.

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