Opinión

Escritor y periodista

Las voces de un mundo feliz

Nos rodean innumerables anticipos del mundo feliz, de las bebidas ultra-energéticas a los gurús transhumanistas, los nuevos fármacos para adelgazar, el retorno replicante de Barbie y el robot que nos lustra los zapatos. Aldous Huxley publicó la novela Un mundo feliz en 1932 y aquella visión del futuro ya asoma a la vuelta de la esquina. El futuro se entromete en el presente todos los días, como un dron vigilante. Un mundo feliz describió el paisaje distópico que ya está ahí.

Es una contradicción muy incómoda: casi todas las utopías —el mejor de los mundos— han llevado a realidades distópicas. La utopía nos habla de un mundo que pretende ser ideal y acaba siendo trágico, catastrófico o apocalíptico. Ese ha sido el rastro del siglo XX, punto de fracaso de todas las utopías y escenario hecho realidad de las novelas distópicas. Ahora utopía y anti-utopía se enfrentan a muerte en las novelas del siglo XXI. Huxley lo llamaba atrocidad de la utopía. Ya están aquí las maravillas y los misterios de la inteligencia artificial para perfeccionar al máximo la nueva generación de robots. Hay quien teme el efecto “explosión de inteligencia” porque puede activar una capacidad sobrehumana y quien lo espera para prolongar espectacularmente la vida humana, a punto de inmortalidad. A diferencia, los tecno-pesimistas auguran un parón en el vértigo tecnológico.

El salto adelante de la inteligencia artificial ya permite replicar la voz humana. Imaginemos que, a partir de una grabación de la voz de nuestro abuelo materno, esa voz nos llama por teléfono y nos das las buenas noches, como si el padre de nuestra madre estuviera ahí, redivivo para regañarnos por habernos divorciado por segunda vez. Las voces de ultratumba llaman por Navidad y nos cantan un villancico en inglés, la novia que murió joven está al otro lado del teléfono y dice que nos añora. Todo eso es posible. Ya se hacen programas de televisión para que los concursantes respondan a las preguntas de seres queridos que hace tiempo se fueron al más allá.

El lifting comienza por reproducir la voz de nuestros antepasados a partir de una cinta magnética. Huxley presagió la producción científica de niños, un escenario para el año 2049, en un Estado mundial, con reservas salvajes y los hombres felices jugando al golf electro-magnético. Sería un modo de lograr la beatitud aunque fuese falsa. Un rasgo de esa beatitud está ya en el rostro de quienes cuentan su vida por el “iPhone” último modelo. Cuando Huxley escribió Un mundo feliz, antes de los totalitarismos del siglo XX, no pensaba que todo iría tan deprisa, pero todo se ha acelerado, para bien y para mal. Él intuyó lo fundamental: hacerse ilusiones con la individualidad cuando de hecho nos estamos des-individualizando. El mejor antídoto es la voluntad de ser libres, de la voluntad de poner la tecnología al servicio de los humanoides. Si se acaba replicando el sentido de la vida como si fuese un software reproducir la voz de la abuela que nos contaba cuentos será lo de menos.

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