Opinión | Oblicuidad

Amparo Muñoz es el nuevo modelo, qué más

La memoria de María Jiménez, Rocío Jurado o Sara Montiel desfila ante un panel de expertos televisivos que decretan sus valores infinitos. La pantalla es pura ficción, pero cuesta conectar la hipérbole con mi experiencia personal de las divas. He escuchado en vivo a la cantante de Se acabó suspirando por el reencuentro con su marido maltratador, Pepe Sancho. He estado largamente a solas con la cupletista recién enviudada de José Tous, clamando que “nunca me volveré a enamorar” mientras vigilaba el momento en que la apuntaba el fotógrafo, para derramar su lágrima con puntería.

Se alegará que estas fabulaciones vienen acompañadas por ejemplo de la restauración dramática de mi gran amiga Carmen Díez de Rivera, un ejemplo para cualquier ser humano que decida vivir por su cuenta. De acuerdo, con la duda sobre si un acierto compensa un coro de errores. Por ejemplo, TVE acaba de decretar que Amparo Muñoz también es otro modelo de la mujer que se sobrepuso a su destino, una nueva Pasionaria con altarcito en el panteón revolucionario. Y qué más, porque se encomienda a Máximo Valverde la defensa de los valores de la actriz, desde su atalaya como portavoz ético de las nuevas masculinidades. En efecto, el reciclaje del matador del destape.

He adorado a Amparo Muñoz, puedo competir con cualquiera en idolatrarla, siempre a distancia por lo que solo un budista me acusaría de haber interferido con el karma de Miss Universo. Sin embargo, a la hora de leer prefería a Francisco Umbral. Tampoco creo que la mujer de belleza sin precedentes fuera una víctima, más allá de la constatación por Allais de que la aventura humana no deja supervivientes.

El físico de Amparo Muñoz se dejó curiosamente al margen de su restauración televisiva, cuando su cuerpo es tan relevante como el de Michael Jordan, por citar una reivindicación anatómica inofensiva. Por supuesto, los participantes en el debate comparecían cuidadosamente maquillados. Es decir, falsificando su identidad por un puñado de euros para denunciar la explotación de la actriz, no leyeron a Pascal sobre la nariz de Cleopatra que cambió al mundo.

La belleza define a Amparo Muñoz en cualquiera de sus manifestaciones. Si este dato es una maldición, entonces la fealdad es una bendición, sigan por este camino hacia el estrellato. De estrellarse, no de estelar. A falta de averiguar de dónde surge la pasión por falsificar a los mitos, otorgándoles virtudes que a menudo hubieran rechazado, conviene refugiarse en datos que no siempre coinciden con los apóstoles de la beatificación. Más de doscientas mil personas se someten anualmente en España a una operación de cirugía estética. En principio, no se torturan para contagiarse de la rebeldía o de los principios filosóficos que ahora se inventan para Amparo Muñoz. Solo fue la mujer más bella de la historia, un título del que es imposible salir airoso.